Por muchas lecturas que uno haga del acuerdo de investidura entre el PSOE y Junts, no se aprecia ninguna renuncia de los neoconvergentes –más allá de dejar la unilateralidad en stand by unas semanas– y sí muchas concesiones de los socialistas relato, amnistía, verificadores internacionales–. Para colmo, el pacto en ningún caso asegura estabilidad para toda la legislatura, sino que, mes a mes, se irá revisando; es decir, Puigdemont tiene en su mano dejar caer al Gobierno en cuanto este deje de darle lo que pide. Además de grave es un poco raro, ¿no?

La situación es peliaguda por todo lo que supone para el Estado de Derecho, para la separación de poderes, para la convivencia, y cuesta creer que esta genuflexión de Sánchez sea exclusivamente por mantenerse en el poder unos días más. A estas alturas todos conocemos el narcisismo y la egolatría del presidente, así como su falta de palabra y sus nulos valores socialistas (valores en general)… Sabemos que es capaz de cualquier cosa, pero ¿y si detrás de estas concesiones a Junts se esconde algo más? ¿Y si hay un chantaje en toda regla?

Veamos. En 2022, el Gobierno de Sánchez cambió la posición de España para con el Sáhara y lo entregó a Marruecos sin que, por el momento, haya dado explicaciones convincentes al respecto. En aquellos meses, circularon rumores acerca de que ese giro podría estar relacionado con la filtración de datos de su móvil con el programa espía Pegasus, extremo que ni él ni su entorno tampoco han negado. Para colmo del recochineo, el presidente se marchó de vacaciones al país norteafricano. Sí, ha pasado poco tiempo, pero se han sucedido tantos acontecimientos que aquello ha caído en el olvido.

Segunda parte. El nacionalismo catalán, desde los tiempos de Jordi Pujol, nunca ha ocultado su querencia por Marruecos. El motivo es sencillo: es mejor adoctrinar y catalanizar a la población marroquí que a la procedente de Hispanoamérica, que habla español. El longevo expresident llegó a sugerir que había que darles trato de favor para facilitar su integración, como priorizar su acceso a las viviendas sociales, u ofrecer cursos intensivos de inmersión lingüística a los hijos de los recién llegados.

Sin que se pueda atribuir toda la inmigración marroquí a Pujol, hoy Cataluña es la comunidad con más presencia de ciudadanos procedentes de ese país, con 235.278 (de los que 134.000 residen en Barcelona provincia), seguida de Andalucía (164.000) y Murcia (92.000), en datos del 2022 proporcionados por el Instituto Nacional de Estadística (INE). No hay nada que se construya de un día para el otro, todo lleva su proceso. Sea como sea, estos son los antecedentes, pero veamos cuestiones más recientes.

Al nacionalismo catalán, como a Marruecos, le conviene la inestabilidad institucional de España para pescar en río revuelto. No olvidemos que la intención de Rabat es hacerse con Ceuta y Melilla en los próximos años, una decisión apoyada por Puigdemont, pues las ciudades autónomas “son africanas” y sugirió el expresident una negociación entre países para “devolverlas”. Pero es que hay más: no olvidemos que Marruecos planteó en 2021 la posibilidad de dar asilo político al prófugo, después de que la sanidad española atendiera a Brahim Gali, líder del Frente Polisario, en un hospital riojano.

Antes, publicó El Mundo en 2019, Marruecos infiltró a un tal Samir en el entorno de Puigdemont –llegaron a reunirse en Bruselas– con tal de sacarle información (¿y darle también datos de interés?) sensible que usar contra España. Por lo tanto, los vínculos del independentismo con Rabat son más que evidentes, ambos tienen un enemigo común, España, y han encontrado una grieta por la que hacer daño, Pedro Sánchez.

Así, si la total entrega de Sánchez y sus serviles adláteres a la ultraderecha catalana tiene que ver con información sensible que manejan los nacionalistas, procedente de Marruecos o de otro lugar, solo lo saben los implicados. Pero ante la opacidad del Gobierno y sus bandazos y cambios de opinión, permitan que haga conjeturas, pues somos muchos los que queremos encontrar una explicación convincente a lo inexplicable. Lo de retener el poder es verosímil, pero la incomodidad del PSOE en este pacto –ni siquiera existe una fotografía de ningún ministro con Puigdemont, como sí la hubo con Junqueras– abre un abanico de posibilidades y teorías. Aunque puede que todo sea mucho más sencillo.