El PSC celebra este domingo su día grande, la Fiesta de la Rosa. La pineda de Gavà (Barcelona) se llenará de nuevos de militantes y simpatizantes que responden con su tupper al llamamiento de las agrupaciones territoriales. Pedro Sánchez estará otro año allí, como marca la tradición, aunque su presencia sea más destacada que nunca.

El PSC arrasó en el 23J y que Sánchez aspire a quedarse en Moncloa es gracias a los resultados del partido en Cataluña. Salvador Illa es el actual primer barón del socialismo en España y, aunque se juega este momento dulce en las urnas, ejerce de fiel escudero de Sánchez en su estrategia de negociación con el independentismo más irredento. Los partidos catalanes que tienen la llave del autodenominado Gobierno progresista, aunque de progresistas tengan poco y, elección tras elección, pierden representatividad.

Illa ha conseguido que ningún socialista catalán se salga del guion y repite el mantra de que cualquier negociación de investidura debe tener como marco la Constitución y no se debe ser ingenuo con los secesionistas. Ni con una ERC que nunca ha acabado de saber ejercer el papel de la moderación, ni tan siquiera con un presidente gris como es Pere Aragonès; ni de Junts, el partido que depende exclusivamente de los designios de Waterloo.

Esta semana publicábamos el malestar de las bases socialistas en Cataluña con la posibilidad de que Carles Puigdemont o Toni Comín, entre otros, se beneficien de una amnistía. Especialmente porque en ningún momento han mostrado un ápice de arrepentimiento por lo sucedido en 2017. Seis años después de ese ensayo de creación de república con los poderes centralizados en su presidente, aún hablan de "buenos patriotas" y de "colonos". Los "fachas", aunque este último grupo sea cada vez más nutrido y haya silla incluso para Oriol Junqueras.

Moncloa ha fallado hasta la fecha en explicar los beneficios que podría aportar esta medida, más allá de mantener a Sánchez en la presidencia para continuar con la "agenda social". Pero si la concesión de los indultos contribuyó a rebajar la tensión política en Cataluña y desactivar el procés, solo el debate sobre la amnistía ha tenido el efecto contrario. La rueda de hámster está de nuevo activa y la política catalana recupera tintes de 2014. Eso, a pesar de la poca fuerza en la calle que tienen los grupos que más presionan en el debate nacionalista y el desencanto que persiste en gran parte de los votantes independentistas.

Antes de pisar Cataluña, Sánchez llevó a Barcelona parte de la agenda de la presidencia española de la Unión Europea. Este viernes se celebró en el recinto modernista del Hospital de Sant Pau una reunión informal de ministros de transportes comunitarios. Pasó sin pena ni gloria. Casi tanto como la manifestación que organizó la ANC en la puerta y que a duras penas congregó a 30 personas, la fotografía más clara del poder real que tiene el discurso radicalizado en la sociedad catalana (sin olvidar que han sido apeados de la Cámara de Comercio de Barcelona).

Solo los resultados del 23J dan poder a Junts y ERC, dos partidos que se odian y que están condenados a ir de la mano. Sánchez y su entorno más cercano han mantenido que no abordarán la negociación con los independentistas hasta pasada la sesión de investidura que protagonizará el líder del PP, Alberto Núñez Feijóo. El mismo que ha convocado un "acto de partido abierto" para rechazar la amnistía este domingo (un contrasentido que también muestra la salud interna del espacio conservador). Bajo los pinos de Gavà, Sánchez tiene la oportunidad para hablar. Queda pendiente ver si su mirada trascenderá más allá de la actualidad política de Madrid ante un PSC que, por ahora, resta casi mudo.