El fútbol ha sido hasta hace dos días terreno exclusivamente masculino. Tanto, que incluso se ha tenido que intervenir en los patios de los colegios para evitar que los partidos improvisados en los recreos fueran solo cosa de ellos y ocuparan todo el espacio de ocio disponible en los centros. Ellas han ido ganando presencia en las competiciones a milímetros y el deporte rey femenino está a años luz de generar el negocio de sus compañeros masculinos, los mismos que han cerrado masivamente la boca, con sonoras excepciones como la de Borja Iglesias, De Gea o Xavi Hernández, ante el caso Rubiales.
El beso de Luis Rubiales a la campeona del mundo Jennifer Hermoso ya ha marcado el inicio de un nuevo momento en el fútbol no sólo de España, también mundial. Veremos hasta cuándo dura esta nueva oleada de un me too, del beso ante las cámaras que ha empañado la victoria de las futbolistas de la selección y que ha abierto el enésimo debate sobre los límites, los abusos de poder y el consentimiento.
El harakiri en directo de Rubiales ante la asamblea extraordinaria de la Real Federación Española de Fútbol (RFEF) ya forma parte de la historia de este deporte. Él se agarró a su cargo con una retahíla de excusas que demuestran que no entiende nada. No sabe qué es el consentimiento, el abuso de poder o el feminismo en general. Entró directamente en el terreno de lo despreciable al excusarse en que el beso a Hermoso fue “sin deseo”, como el que daría “a su hija”.
Los bochornosos aplausos del público también quedarán para el recuerdo. También se debe analizar cuánto pesaron los miles de euros de salario que se jugaron muchos de los que arroparon a su jefe --el mismo jefe que roba besos a sus trabajadoras-- para evitar que la oleada de indignación internacional se les llevara por delante horas después. Como es el caso del presidente de la Federación Catalana de Fútbol, Joan Soteras, que renunció el viernes por la noche a la vicepresidencia de la RFEF horas después de declararse convencido de que las explicaciones que había dado Rubiales ante la asamblea eran suficientes para ratificarle en el cargo.
La misma tibieza que ha mostrado el Barça desde el día de la victoria de la selección y que culminó un comunicado de la junta de Laporta que no ha estado a la altura de las circunstancias y que deja al pie de los caballos a las jugadoras de la selección, muchas de las cuales han vestido o visten la camiseta azulgrana. Tanto, que la vicepresidenta institucional del club, Maria Elena Fort, pidió la dimisión de Rubiales a título personal.
Y es que la tibieza ha sido la tónica general de todos los que han intervenido hasta la fecha. Desde los clubes, las territoriales, los jugadores (especialmente las estrellas) e incluso desde el Ministerio de Cultura y Deporte, demasiado lento en sus reacciones y que deja en la retina la imagen de que ha arrastrado los pies para cesar a un Rubiales que se ha negado a dimitir. Incluso de la FIFA, con una suspensión provisional de 90 días.
Ha sido la contundencia de unas jugadoras que acaban de conseguir lo más grande del fútbol, ser campeonas del mundo, y que en los últimos tiempos llenan estadios y exigen presencia en el deporte mundial --lo que para Josep Borrell es “aprender a jugar tan bien como los hombres”-- las que han tenido que unir fuerzas y mostrarse firmes. La misma del cuerpo técnico femenino que finalmente ha dimitido en bloque. Se han ganado el apoyo de otros millones de mujeres que también han sufrido abusos en sus carreras laborales y que han visto como sus superiores pasaban de ellas o arrastraban los pies para tomar decisiones al respecto.
Las niñas han saltado a los campos de fútbol y se han topado con resistencias de todo tipo. Acabar con el machismo más recalcitrante que está instaurado en el deporte rey es su gran reto y, de nuevo, sólo el espíritu del me too puede conseguir que nunca más se repita un caso como el del beso a Jennifer Hermoso ante las cámaras, y todo lo que ocurre detrás.