Aprovechen el verano y repongan energías. Con el nuevo curso, en septiembre, todos entraremos en una suerte de segunda vuelta política y económica en España.
La primera de las vueltas, la que debía cerrarse con el recuento electoral del 23J, ha dejado un país hecho unos zorros. Dos Españas, ingobernabilidad, retorno a los dos bloques empatados y enfrentados y unos territorios con sus viejos pleitos todavía por resolver son el paisaje después de la batalla de esta primera mitad del 2023 tan intensa. Por si todo eso fuera poco, y pese a la razonable marcha del empleo, Europa se acerca a una recesión económica que amenaza con visitarnos en la recta final del año y llevarse por delante la excelente temporada turística de estos momentos.
No, mientras esperamos a que el Banco Central Europeo abandone su política monetaria de subir el precio del dinero para frenar la inflación y estimule el crecimiento de nuevo, no podemos dedicarnos a sacar gaseosas del frigorífico para experimentar. De hecho, solo la estabilidad política contribuiría a apaciguar algunos problemas que nos llegarán tras el parón estival, pero ese es un desiderátum de horizonte demasiado lejano en tiempos de urgencias.
El curso se iniciará en Cataluña con unas elecciones a las cámaras de comercio en las que las dos facciones del independentismo (la republicana, de ERC, y la más radical de Junts per Catalunya) se disputarán quién retiene el poder (fíjense que no he escrito gobernar, nada más lejos de su vocación) en esas instituciones empresariales. Será nada más regresar y dará el tono para saber cómo han sentado las vacaciones a los dirigentes empresariales. Dos grupos de candidatos se arremolinan junto a una facción con el interés de impedir el paso a la otra. Politiquería local en estado puro.
El Gobierno autonómico de Pere Aragonés, justito por ser comedidos en el calificativo, ni tiene la altura de miras ni la capacidad para situar en el territorio ningún proyecto de enjundia. Parchear, vociferar y punto. Así van pasando los días, semanas, meses y hasta años instalados en una mediocridad azuzada y ejercida por los representantes que nos han correspondido en estos tiempos. El italoargentino José Ingenieros sentenció el siglo pasado que “la función capital del hombre mediocre es la paciencia imitativa”. Pues eso.
Por supuesto, las elecciones del 28M dejaron los ayuntamientos y varias autonomías resueltas para cuatro años, pero abrieron el melón de la política española y la complicaron mucho más de lo que siempre suele. El apreciable cambio de tono en el mapa político español de mayo no se hizo corpóreo en las votaciones de julio y la única forma de regresar a la ansiada y deseable normalidad ciudadana será una segunda cita política.
Sí, porque darles una segunda oportunidad a los acontecimientos será tanto volver a votar en diciembre como lograr una investidura por la mínima de cualquiera de los dos candidatos posibles. La segunda vuelta será necesaria en todo caso porque la estabilidad resultará un bien escaso y ninguno de los dos gobiernos que pudieran formarse tendrían la capacidad de resistencia necesaria para los requerimientos actuales del país. España ha entrado, por tanto, en un entorno de lamentable provisionalidad que hace que las decisiones más próximas deban ser refrendadas más adelante o en el momento que los españoles decidamos apostar menos por la queja y más por la generosidad y el pacto.
Habrá tiempo, por tanto, para ver si los independentistas catalanes se reúnen o se acaban matando en la plaza pública acusándose de traidores y desleales. Se podrá comprobar, incluso, cómo evoluciona la maquinaria del Estado con los trámites sobre los indultos, las euroórdenes de los jueces respecto a los fugados y tantas otras cuestiones aún sometidas a eventual revisión. Con el inicio del nuevo curso convendrá ver si el socialista Salvador Illa, según resulten los acontecimientos en su partido en el conjunto del país, sigue apoyando a ERC en la Generalitat para mantenerlos colgados en la sala de despiece mientras los degüella electoralmente. Y al PP le tocará, seguro, despertar de su pesadilla interna.
Quedan incertidumbres por resolver. En exceso, por ser precisos. Por ejemplo, se expande el olor a tripartito catalán. Hay que saber si después de tanto ruido la radical Ada Colau y los suyos regresarán al Ayuntamiento de Barcelona (como ya lo han hecho a la Diputación de Barcelona); cuál será el futuro del ilusionado protagonista y prófugo Carles Puigdemont y si la economía nos da algunas buenas noticias de las que tan requeridos estamos. Todo llegará, pero en una segunda vuelta. Si la primera ha sido insuficiente para aclararnos, con la siguiente, y aún a sabiendas de su necesidad, podemos seguir más o menos embarrados, aunque bastante más entretenidos y, por supuesto, fatigados.
En consecuencia, mientras no paramos de argentinizarnos, valdría la pena prepararse este agosto para muchas reediciones consecutivas de un paisaje tan visto y vivido como desalentador. Aprovechen los que puedan, de verdad. Lo comentaremos en septiembre, con bata, plumier y forro nuevo en los libros de texto. Descansen, en especial mentalmente, si pueden. La segunda vuelta se antoja agotadora. Prepárense.