Xavier Trias sigue un patrón. No me refiero a Carles Puigdemont, que controla los acuerdos neoconvergentes a 1.300 kilómetros de distancia –luego se quejan de los pactos negociados en Madrid-. El alcaldable cumple con el arquetipo de liberal, business friendly, negacionista del cambio climático y contrario a la democratización de la avenida Diagonal de Barcelona, vía conexión del tranvía. Trias sigue un patrón. ¿O es el patrón poco sensible a los problemas de los trabajadores? Según el veterano político, no se puede llegar a fin de mes con 3.000 euros.
A Trias, lo confesó en petit comité en una comida con periodistas, no le gusta demasiado hacer calle porque siempre hay alguien que le dice lo que tiene que hacer. “Pues si ya saben lo que hay que hacer ¿para qué me presento alcalde?”, se preguntaba enfurruñado. Es lo que tiene relacionarse con el vulgo.
Trias, un señor de Barcelona, dice que no se comerá los turrones en el ayuntamiento. Que como no ha logrado ser alcalde, se va. Deja la política. En realidad, sus palabras demuestran las pocas ganas que tiene de trabajar desde la oposición. Eso se lo deja a PP, comunes y Vox. El buen patrón, porque Trias cae bien, es educado y evita las estridencias de personajes como Laura Borràs o el propio Puigdemont, no se presentó a las elecciones para defender el bien común o los intereses de los barceloneses. Ni siquiera los de sus 149.235 votantes. Como él mismo dice, “era una candidatura para ganar”. Es decir, que vino a mandar. Y si no puede, pues se larga tras exclamar “que us bombin”.
Lo de Trias no es mal perder, es utilizar las instituciones con fines partidistas. Es creer que Barcelona es suya, como en su momento lo era Cataluña para los convergentes. Estaba convencido el cabeza de lista de Junts per Catalunya (JxCat) que un pacto con ERC era suficiente para garantizarse la alcaldía, anclado como estaba en la época del preprocés, cuando los convergentes todavía creían en su propia astucia –la de Artur Mas, la de David Madí…- Pero aquellos tiempos pasaron, también los del procés, que hizo a creer a muchos que el pacto entre republicanos, posconvergentes y cupaires daba patente de corso para incumplir leyes, despreciar a PSC, PP, En Comú Podem y Ciudadanos, dividir a la sociedad catalana y montar un negocio –mediático, empresarial, político…- entorno a una fantasía secesionista. Creían que ese bloque separatista iba a ser eterno, inmortal, imperecedero.
Por aquel entonces, Trias permanecía en un segundo plano. Decía que no era independentista, sino no dependiente. Un juego de palabras hábil que, el pasado domingo, volvió a repetir ante la militancia de JxCat. Cabe pensar que, con la bendición del Waterloo, el exalcalde se daba una segunda oportunidad para vengarse de los descamisados de Ada Colau que en 2015 le privaron de un segundo mandato municipal. Y de paso, actuar como caballo de Troya de ese independentismo histriónico del que decía desmarcarse y que brama de nuevo contra el Estado. Su reacción tras la investidura del socialista Jaume Collboni, con los votos de comunes y PP, fue más propia del oligarca al que, por segunda vez, arrebatan su terruño, que de un político con vocación de servicio público.
Xavier Trias, en definitiva, no quiso o no pudo ver que otro tipo de pactos eran posibles. Que sí, que altos dirigentes de PSOE, Podemos y PP hablaron en vísperas de la constitución del Ayuntamiento de Barcelona. ¡Faltaría más que no negociaran el gobierno de una gran ciudad, como Mas intentó acordar con Zapatero el futuro gobierno catalán en 2006 con la excusa del nuevo Estatut!
El acuerdo a dos de Junts y ERC fue superado por elevación, por otra astucia hasta hace poco menospreciada, la de los socialistas, que siguen su tendencia electoral al alza en Cataluña –otra cosa es lo que ocurra el 23J a nivel de toda España— y sin prisa, pero sin pausa, han ido tejiendo alianzas y construyendo puentes a pesar de los cordones sanitarios de Oriol Junqueras, el desprecio de Puigdemont y las equidistancias de los comunes.
No engaña Trias cuando dice que se siente heredero del pujolismo. Su espantá encaja con esa idea de que Cataluña es Convergència. Su socio municipal, Ernest Maragall, se queda, pero será candidato al Senado para “responder al pacto de Estado contra Barcelona”. Si esa es la épica prometida por ERC tras su ciclo electoral adverso, la de mantener vetos al socialismo, mal van los republicanos.