Este miércoles, durante la tertulia de El Pentàgon en 8TV –en la que participo una vez a la semana desde hace meses–, tuve un rifirrafe con Pilar Rahola, una de los contertulios habituales del programa.

El tema sobre el que debatíamos giraba en torno al rechazo del Gobierno a celebrar un referéndum secesionista en Cataluña. En mi intervención, señalé que, más allá de la negativa del Gobierno, solo es posible celebrar una consulta de ese tipo si se modifica la parte dura de la Constitución. Y que no parecía que los principales partidos con representación en las Cortes estuvieran por la labor.

Además, insistí en que eso es razonable --la necesidad de reformar la Carta Magna en caso de que pretenda realizar un referéndum independentista-- pues en España (como en la inmensa mayoría de los países del mundo) la soberanía nacional recae en el conjunto de sus ciudadanos, y solo puede trocearse si así lo deciden los titulares de dicha soberanía siguiendo los procedimiento establecidos para ellos. Vamos, lo de siempre, que Cataluña no tiene derecho a celebrar una consulta para decidir si sigue formando parte o no de España.

Como era previsible, a mi compañera de mesa no le gustó mi argumento, y me soltó: “Hablas con el menosprecio y la prepotencia clásica de los colonizadores”.

Y como también era previsible, a mí no me gustó ese ataque ad hominem. Al fin y al cabo, el debate no era sobre ella ni sobre mí, sino sobre el referéndum. Así que me vi obligado a responderla: “Y tú hablas como una xenófoba”.

Evidentemente, Rahola y un servidor nos enzarzamos en una pequeña refriega dialéctica (una de tantas) hasta que el moderador –el periodista Vicent Sanchis– logró poner orden en el plató.

Pero lo relevante (ni siquiera ya es novedoso) no es que Rahola y yo protagonicemos un altercado en la tele, sino la naturalidad con la que el nacionalismo catalán trata de desterrar, excluir y despojar de sus derechos a quienes se oponen a sus planes.

Colonos y colonizadores son términos cada vez más usados en redes sociales para despreciar a todo aquel que protesta contra la inmersión lingüística obligatoria, para denigrar a quienes denuncian la discriminación que sufren los catalanes castellanohablantes por parte de las administraciones locales y autonómica, o para degradar al que se atreve a criticar públicamente el proyecto homogeneizador y rupturista del independentismo.

Cuando los nacionalistas acusan a otros catalanes de colonos y colonizadores, en realidad les están diciendo que no son catalanes puros, sino que son extranjeros que han venido aquí a contaminar esa pureza, a corromper la Cataluña auténtica, genuina, legítima y verdadera.

Xenofobia en su estado más salvaje. Y una excusa confortable para tratarlos (tratarnos) como ciudadanos de segunda.