“Es un caníbal, siempre lo ha sido”. Pocas veces se define con esos adjetivos a un alto ejecutivo de una gran corporación. La calificación lleva a imaginar al sujeto con unos enormes pendientes en las orejas, la nariz o un plato labial, una lanza en una mano y un escudo en otra. Pero, claro, Juan Antonio Alcaraz García, hasta esta semana pasada director general de Negocio de Caixabank, es un hombre de traje y corbata, un madrileño de ojos abiertos y mirada desafiante, que nada tiene que ver con el personaje tribal tópico al que asimilan su modo de dirigir y las características de su management. Quizás quienes le atribuyen esa condición lo hacen al modo que lo pensaba la premio Nobel de Literatura, la británica Doris Lessing, cuando acuñó en 1962 ('El cuaderno dorado') la siguiente frase: “Las personas son caníbales si no se dejan en paz las unas a las otras”.

La primera reunión del año del consejo de administración del banco líder en España ha decidido prescindir de los servicios de un ejecutivo con larga experiencia en la casa. Alcaraz llegó con Juan María Nin, al que se despidió por esa misma desmesurada ambición, y se va como lo hizo su mentor: por una puerta pequeña y sin los reconocimientos que cree merecer. Ambos, tanto Nin como Alcaraz, son dos hombres a una ambición pegados, que decía un parafraseado Quevedo. El primero cometió el error de añadirle deslealtad a su vocación de poder e Isidro Fainé desempolvó del cajón el cuchillo jamonero para filetearlo. En el caso del despido de Alcaraz quien ha llevado las riendas de su despido no ha sido otro que Gonzalo Gortazar, consejero delegado de Caixabank, que estaba hasta los bemoles de la histriónica reivindicación del despedido sobre su mando.

A los 61 años, y después de haber convertido las sucursales del primer banco español en una especie de bazar chino, Alcaraz deja forzado la entidad. Fue el responsable de mantener los resultados del grupo en tiempos de tipos de interés negativos y de soportar el negocio del grupo por vías alternativas al tradicional captar y prestar dinero. Redujo y estresó la red de oficinas imponiendo a la plantilla la venta de seguros, alarmas, televisores, teléfonos móviles… hasta el punto que hoy el primer distribuidor de Samsung en España no es El Corte Inglés o Mediamarkt sino el propio banco.

La gestión de Juan Antonio Alcaraz fue efectiva para los años de la crisis financiera, cuando la banca atravesaba los peores momentos. Fue útil incluso para los primeros meses de la fusión con Bankia. Pero el escenario ha cambiado de manera completa: los tipos de interés han subido y los bancos dejarán de pagar al BCE por obtener recursos, venderán préstamos e hipotecas más caros y seguirán sin remunerar los depósitos. La integración de Bankia se ha completado de manera exitosa. Por mal que lo hagan en los próximos meses, la cuenta de resultados va a mejorar de manera sustancial con independencia de quien sea el gestor. Era, por tanto, el momento óptimo para prescindir del “caníbal” sin poner en riesgo la línea de negocio y, de paso, conjurar su pesadez con los galones. Alcaraz no ha perdido apoyos entre los accionistas o los consejeros de Caixabank. Sencillamente, Gortazar está más reforzado y seguro en ese mismo ámbito.

Se va el inventor de las store de Caixabank. Sale del grupo el vendedor de alfombras al que la competencia admiraba y sus compañeros del consejo de dirección odiaban por su grandilocuencia y por convertir el área de negocio en un departamento estanco, aislado y sin comunicación con el resto de la casa. Gortazar apuesta por un banco más horizontal -- tres directivos asumirán funciones que concentraba Alcaraz--, más digital y, sobre todo, integrado en el conjunto de la institución. Se acabó el virreinato de los comerciales y Jaume Massana, su sucesor y hombre curtido en las desaparecidas Caixa Manresa y Catalunya Caixa, recibe el encargado de pilotar la nueva etapa.

Massana llegó a las torres negras tras la reconversión de las cajas de ahorros. Empezó como director territorial y maneja uno de los mejores currículos de la entidad en términos de experiencia de mercado. Es la apuesta del consejero delegado que avala el presidente, José Ignacio Goirigolzarri, que aunque tiene funciones decorativas en el organigrama es de aquellos integrantes de la aristocracia de Neguri que pide los datos de morosidad cada semana. Goiri posee una enorme experiencia como gestor en BBVA y, después, la remachó en la operación de reflotar Bankia. Ni se calla en los consejos ni está dispuesto a ejercer de florero en la cúspide del banco. Ni sus conocimientos ni su edad le permiten agazaparse a la espera de mejores tiempos. Para él, el buen momento es el presente. Gortazar manda, Goiri tutela y Fainé sobrevuela la hacienda.

A Alcaraz el despido de esta semana última le pilló desprevenido. Los caníbales están más capacitados para atacar que para defender. No esperaba ser eliminado por un garabato rápido y discreto. La carta de despedida que ha remitido a la red lo evidencia y sus apelaciones finales a Dios para asumir la destitución son muy descriptivas del personaje, sus apoyos y creencias. ¿Lo ha dejado caer Isidro Fainé?, se preguntaban en las últimas horas muchas personas conocedoras de las relaciones y alianzas en las torres de la Diagonal. Fainé se ha refugiado en la regulación del BCE para ejercer de accionista con un 40% del capital y apoyar al equipo que puso en su día al frente del banco. Ni se puede jugar los dividendos ni la consolidación fiscal ni provocar que el regulador europeo les ponga el foco. Alcaraz era un buen vasallo, pero se empecinó en convertirse en señor. Es más, se puso nervioso con el transcurrir del tiempo sin advertir una máxima: en ese grupo el paso de los días se mide no con relojes o calendarios, sino con la pulsión vital de la figura que está al frente de la Fundación Bancaria La Caixa. Y, hoy, Fainé ejerce como primer accionista de su banco y como primer interesado en que los resultados regresen a la fundación por la vía de los dividendos.

Fainé lo colocó al frente de la Asociación Española de Directivos (AED), de la que el de Manresa es presidente de honor, y Alcaraz también entró en el comité consultivo de la patronal Foment del Treball bajo ese mismo impulso. Ahora deberá ser sustituido en esos cargos en los que ejercía la representación del banco más que la designación personal. Tiene dos años, 2023 y 2024, para reflexionar sobre su futuro, los mismos que el banco le pagará en virtud de un pacto de no competencia que le impedirá en ese periodo trabajar en el sector financiero. Tampoco lo tiene fácil para la recolocación: el Banco Santander, quizá la entidad que más se aproxima a su perfil profesional, acaba de fichar como CEO para España a su anterior director comercial; el BBVA, además de desnortado, no encaja en su forma de proceder; y en el Banco de Sabadell su presidente, Josep Oliu, está encantado con el papel del CEO, César González-Bueno.

Se va Alcaraz, no dice adiós el caimán por la barranquilla (como Gual, Giró, Massanell u otros), se va otro caníbal impaciente.