Cuando Laurent Mourguet inventó a los títeres Gnafron y Guignol –luego lexicalizado como guiñol para comprender a un cierto tipo de marionetas– a principios del siglo XIX, para distraer a los pacientes a los que debía arrancar las muelas, centró las historias que contaban sus personajes en la crítica al poder. Y fue así porque él sufrió en sus carnes las consecuencias de la Revolución Francesa, que le hicieron abandonar su oficio de comerciante de seda para reinventarse como dentista. Sus representaciones no pasaron por alto a los gobernantes, y la censura le obligó a escribir sus obras para controlar lo que en ellas decía. De este modo surgieron los primeros textos de teatro de títeres.
Más de 200 años después, y tras un breve periodo de mayor libertad en la sociedad, la censura se impone de nuevo en el teatro de muñecos… y más allá. En esta España moderna, se prohíben ciertas representaciones de títeres de cachiporra si en ellas se agrede a una marioneta femenina, o a un niño. Son personajes sin alma y sin maldad, que solo buscan entretener, contar historias, sacar una sonrisa lejos del machismo que le presuponen quienes cercenan estas escenas, por muy mal que suene por escrito, en estos tristes y violentos tiempos que corren, eso de pegar a una marioneta de trapo que el imaginario identifica como mujer. ¿Dónde están los límites? ¿Los tiene el arte? ¿Los tiene el humor? No deberían, pero es verdad que hay ciertas cuestiones que se deben contar con gracia, y no todo el mundo la tiene.
También empezamos 2023 como lo acabamos en el ámbito de las redes sociales. En las últimas semanas del pasado año se confirmaron las sospechas: Twitter y otras plataformas similares censuran ciertos comentarios, los esconden o, directamente, los eliminan si van contra los intereses de ciertas personas o entidades. A otras, como Trump, se las cancela directamente. Por lo tanto, estamos, de nuevo, en manos de los cuatro poderosos que dominan el mundo con herramientas tan sofisticadas y ampliamente utilizadas como estas, que nos empujan a usar para no quedarnos al margen de la sociedad, y con las que nos bombardean con los mensajes que ellos quieren, minimizando a quienes piensan distinto.
Seguramente, aunque es imposible demostrarlo, estamos más controlados que cuando nació Guignol, porque entonces se podía eludir la censura con ingenio. Ahora, en cambio, la censura es silenciosa y no te da opción; directamente te apagan o te señalan para que las masas te linchen y, al final, te callen o te autocensures por el qué dirán. Malos tiempos para pensar en voz alta si te desvías del discurso oficial, pero por eso es más necesario que nunca seguir haciéndolo. Otras épocas mejores vendrán, aunque ahora hay que lidiar con la doble moral.