Efecto Streisand: dícese del intento de censura de cierta información que fracasa o es contraproducente, ya que ésta acaba siendo ampliamente divulgada, recibiendo mayor visibilidad de la que hubiera tenido si no se la hubiese pretendido encubrir.

Eso es precisamente lo que ha ocurrido con el vídeo en el que aparece una menor practicando una felación en la discoteca Waka de Sabadell, conocida por ser escenario de peleas y agresiones sexuales. Diversos medios de comunicación nos hicimos eco de esa nueva polémica cuando las imágenes ya circulaban como un reguero de pólvora. Hasta que los padres de la adolescente denunciaron que ésta había sido drogada y, por tanto, agredida sexualmente. Una línea roja, por tanto, que no se podía cruzar. Ahí no cabían ya ni píxeles ni imágenes distorsionadas para ocultar la identidad de la afectada.

Y es que el vídeo ha suscitado un debate interesante, incluso necesario, sobre el tratamiento de determinadas noticias y cómo se reacciona ante ellas. También muchas preguntas ¿Cómo es posible que ningún empleado del local interviniera? ¿Quién grabó esas imágenes de sexo? ¿Eran relaciones consentidas? ¿Es normal que adolescentes de 16 años realicen esas prácticas en público? Pero la legítima denuncia de la menor ha elevado la controversia a un nivel incluso más cruel y despiadado pues hay quien se plantea si judicializar el caso es la forma que tiene una familia de proteger a una menor a la que quizá se le fue la mano con la fiesta. Dicho de otra manera, si la chica miente.

Las redes sociales arden estos días con comentarios tan obscenos como ofensivos contra la adolescente. Poco o nada se dice del chaval que también aparece en las mismas y que, por lo visto, también ha denunciado la difusión de las imágenes. Y más de un tuitero ruega que alguien le diga cómo puede encontrar el vídeo.

Está claro que la privación despierta el deseo. Que la sociedad es morbosa. Que el efecto Streisand --relativo a la famosa cantante, que al intentar frenar la circulación de unas fotos, disparó el interés por las mismas-- funciona. Juan Soto Ivars ha analizado bien ese y otros fenómenos en Arden las redes. La poscensura y el nuevo orden virtual. "En Twitter o Facebook se ataca en grupo y se deshumaniza. No le ves la cara al adversario y agredes como si se tratara de un videojuego. Nos relacionamos como psicópatas, no como personas”, explicaba en Crónica Global.

También ha quedado claro que a veces confundimos el periodismo de denuncia con el amarillismo. Que el machismo se impone a la hora de analizar determinados comportamientos. Entre ese alud de comentarios que ha suscitado el caso Waka no faltan quienes insinúan que la víctima es culpable por moverse en esos ambientes. Algo que recuerda mucho aquella ‘sentencia de la minifalda’ que rebajó la condena a un violador porque la víctima llevaba una indumentaria inapropiada.

En este caso no hay duda sobre la necesidad de retirar de la circulación imágenes no consentidas y que afectan a menores de edad. Más complicado es evitar el efecto amplificador que generan determinadas prohibiciones. Desconocemos cómo está afectando a esa niña la polémica generada. Y, en este sentido, debemos recordar desenlaces fatales provocados por el cyberbullying