Circula desde hace días un titular que se reproduce como los conejos en distintos medios informativos: los Simpson han predicho que la final del bochornoso Mundial de Qatar la jugarán Brasil y España. Lástima que esta información es más falsa que un euro de chocolate de los que dejan los Reyes Magos el 6 de enero en las casas. Ya se sabe que la familia del 742 de Evergreen Terrace, en Springfield, tiene muchos seguidores y que sus supuestos vaticinios venden mucho. Pero debería preocuparnos el copia-pega generalizado en busca del clic fácil sin ni siquiera comprobar si lo que se publica se ajusta a la realidad.
El capítulo al que se hace referencia sobre la supuesta final del Mundial de Qatar es el 16 de la temporada 25, en el que Homer Simpson es designado árbitro de la Copa del Mundo… de Brasil (2014) por su integridad, en un momento en el que la FIFA está salpicada por los casos de corrupción y necesita a alguien tan ejemplar como el padre de Bart, Lisa y Maggie. Y sí, España aparece en el episodio y uno de sus jugadores trata de comprar un partido. También Brasil forma parte de esa entrega que nada tiene que ver con el torneo actual. Si esta desinformación ocurre con una cuestión banal no quiero pensar qué pasa con los asuntos serios…
Pero ya que estamos metidos en harina, sigamos con la hipocresía que rodea al Mundial de Qatar. Su elección como sede apesta desde el primer momento y las investigaciones periodísticas han confirmado lo que se sospechaba: los anfitriones compraron los votos para acoger este torneo. Cabe recordar el interés del emirato en la celebración de esta y otras citas deportivas, porque el deporte, y no es cuestión baladí, es una buena herramienta para abrirse al mundo y blanquear todo tipo de prácticas y regímenes totalitarios.
Bien, durante estos 12 años desde su elección, algunos dirigentes, ante tanto escándalo, han hecho un poco el paripé y han amenazado con la boca pequeña con llevarse el Mundial a otro emplazamiento, por cuanto Qatar digamos que no es el lugar donde más se respetan los derechos humanos, sin olvidar los miles de obreros que han fallecido durante la construcción de los estadios del mayor certamen balompédico del mundo. Pero no ha pasado nada y el balón ha echado a rodar. Eso sí, ahora son muchos los que recuerdan esos deplorables hechos en un intento desesperado de desacreditar el torneo. Van tarde.
El último gesto de cara a la galería lo han protagonizado siete federaciones, que pretendían que sus capitanes lucieran la bandera arcoíris –símbolo LGTBI, colectivo que sufre la persecución en Qatar– en los partidos, pero se han echado atrás ante las amenazas de sanción. ¡Curiosa manera de protestar! Pero el summum de la hipocresía llega con la exclusión de Rusia del torneo por la barbarie que su presidente, Vladímir Putin –recordemos que Rusia acogió el anterior Mundial–, está impulsando en Ucrania mientras se permite la participación a Arabia Saudí, ese país cuyos mandamases ordenan la ejecución y troceado de un periodista díscolo del que no se ha encontrado ni una pestaña. En un mundo tan globalizado es imposible no caer en contradicciones constantes, porque que tire la primera piedra quien esté libre de pecado, pero hay un trecho entre eso y hacer el ridículo de forma tan descarada e interesada como la que estamos viendo estos días en la Copa del Mundo.