Cuenta un exalcalde de Barcelona que cuando le tocó ejercer el cargo trabajaba un promedio de media jornada (12 horas diarias) y que, en sus mejores momentos, era capaz de organizarse con sus colaboradores para librar al menos uno de los cuatro fines de semana que tiene el mes. Este era el primer edil de la capital catalana, pero abundan muchos de localidades más modestas cuya dedicación es equiparable. La mayoría.
Las personas somos distintas, por supuesto, y los tiempos están cambiando. Podemos admitir pulpo como animal de compañía y ambas cosas para entender que no todos los dirigentes elegidos para representar a los ciudadanos en un ámbito o administración determinada se dedican con la misma fruición a ejercer de servidores públicos. Es un debate muy interno de la clase política. Pocas veces aflora. Si acaso en pequeños círculos y siempre referido a los casos más peregrinos o aquellos escandalosos que ya claman al cielo. Pero sí, de vez en cuando aún es posible escuchar como un político se refiere a algún compañero de partido (en especial a sus adversarios) como vago, gandul o haragán.
Los compromisos de transparencia que algunas formaciones políticas han decidido arrostrar son una inmejorable oportunidad para obtener información sobre esas cosas. En el Ayuntamiento de Barcelona, por ejemplo, los concejales del equipo de gobierno decidieron hacer pública su agenda de actividad (suponemos que ni mienten ni se olvidan sus colaboradores de tenerla actualizada), lo que nos permite a los curiosos darle un vistazo al frenesí laboral de los gobernantes.
Admito que tras conversar con el exalcalde --que añadió algunas chanzas irreproducibles en este texto-- me lancé raudo a revisar la agenda pública de la alcaldesa Ada Colau y del candidato socialista a sustituirla, Jaume Collboni. Primera conclusión a vuela pluma: los socialistas parecen más madrugadores y laboriosos a diario. La alcaldesa difícilmente suele tener actividad pública antes de las 10 horas y tampoco es habitual ningún compromiso más allá de las 18 horas. Salvo escasas excepciones, parece que con alguna pausa para avituallamiento y alguna boda de mediodía en sábado (pocos), Colau ha entendido bien eso del cumplimiento de la jornada y de la conciliación que todo el mundo ansía y pocos privilegiados alcanzan. Collboni es bastante más laborioso, no llega al nivel estajanovista del concejal de Seguridad Albert Batlle, pero supera a Colau en dedicación laboral. Tampoco Eloi Badia, la mano derecha de la alcaldesa y el pretendido martillo de herejes de los poderes que quieren aniquilar su comunismo de salón, mejora a su jefa. Es más, los sábados y domingos son sagrados para él. De hecho, el fin de semana desaparece de su agenda pública. Curioso resulta que algunos de ellos reserven espacios para celebrar bodas en viernes o sábado. El más casador, también, es Batlle.
Ada Colau no es una calvinista en materia laboral. Su actitud se sitúa en el cumplimiento. Otra cosa es si la primera ciudad catalana se merece eso o requiere más, tal y como sucedió con sus antecesores durante décadas y con independencia del color político. El cumplimiento estricto parece el signo de la formación que alcanzó cotas de poder con sus demagogias populistas para enseñarnos cómo iba a cambiar el país. Sí, ese mismo partido con ministerios que ha cometido un auténtico atropello legislativo contra quienes deseaba proteger solo por desidia, bisoñez y exceso de chulería retórica. ¿Quizá también por mínima dedicación de Irene y su equipo?
Descendamos la política a niveles de mayor sensibilidad o nos acusarán de machistas del patriarcado: Colau puede que no llegue muy temprano a trabajar por tanto usar el transporte público en el que explicó que se desplazaría y que depende de su gobierno municipal y metropolitano. O bien que se lo dificulten las retenciones que su urbanismo táctico provoca en la Ciudad Condal condenando el tráfico rodado y la movilidad convencional a un calvario matinal y vespertino. Y quizá también se marche a buena hora para evitar coincidir con los obreros que la votaron y que están en las rondas, Gran Via, València, Diagonal o Consell de Cent encerrados en sus coches o aupados a sus motocicletas para intentar lo de la conciliación con permiso de las decisiones de la alcaldesa. Quizá sea eso.
Por cierto, que no se nos olvide, el término cumplimiento compone su grafía de la suma de cumplo y miento, de cumplir y mentir. Escribió Jacinto Benavente que la casualidad es un desenlace, pero no una explicación. Ustedes mismos…