La CEOE es un invento catalán. En 1977, apenas dos años después de morir el dictador Francisco Franco, justo cuando Adolfo Suárez abrió la mano a la libertad sindical, un industrial farmacéutico catalán se erigió en el representante de todos los empresarios españoles en el primer lobi democrático patronal. Carlos Ferrer Salat ya había mostrado maneras en el Círculo de Economía barcelonés y, además, por su condición de deportista y político de centro, fue bien acogido por el resto de patronos españoles.
Cataluña, a través de Fomento del Trabajo Nacional (FTN), siempre estuvo presente en la CEOE. De hecho, es uno de sus principales contribuyentes y desde su fundación una de las asociaciones territoriales que cuentan con más representantes en sus órganos de gobierno. Durante el largo mandato de José María Cuevas, la influencia catalana en la patronal española fue discreta, de segundo plano. Cuevas jamás había pagado una nómina o levantado una empresa, pero era un profesional del lobismo y ejerció con mano de hierro la representatividad empresarial la friolera de 23 años. Luego llegó su sucesor, Gerardo Díaz Ferrán, al que los pufos de sus empresas obligaron a dejar el cargo, y poco más tarde los catalanes recuperaron el control de la confederación de empresarios que fundaron, con Juan Rosell como presidente otros ocho años.
Las reivindicaciones de FTN nunca gustaron a la aristocracia empresarial madrileña a pesar de que el laboratorio fiscal de la derecha española siempre radicó en la barcelonesa vía Laietana. Joan Pujol fue durante muchos años el emisario e intermediario en eso que ahora llamamos puente aéreo, pero que en su día pasaba por llevar los planteamientos de los industriales catalanes, más pegados a la economía productiva que a la financiera, a los debates empresariales y a las mesas de negociación.
Fue Cuevas quien durante la fallida operación de compra de Gas Natural (hoy Naturgy) sobre el capital de la eléctrica Endesa acuñó la desafortunada frase de la “opa a la catalana”. ¿Qué quería decir el profesional del sindicato vertical con aquel intento de desacreditar el origen de la oferta? A la tópica tacañería, básicamente. “A eso llamo yo una opa a la catalana. Por el dinero y por contar con el BOE. Eso lo saben hacer y lo han hecho muy bien a lo largo de la historia los empresarios catalanes. ¿Por qué les vamos a negar esa capacidad? Yo no lo ligaría con el Estatut. Es una operación muy catalana, y están en su perfecto derecho”, dijo el entonces presidente de la CEOE. Gobernaba ZP.
Pese a los ocho años de Rosell al frente de la organización --un tiempo en el que logró pequeñeces como que las cuentas se auditaran, más transparencia y menos residuos funcionariales del paleolítico empresarial--, el acento catalán no es bienvenido todavía en la madrileña sede de Diego de León. Lo ha expresado el actual presidente, Antonio Garamendi, al conocer que los catalanes, de nuevo, tienen interés en la organización. Tenía miedo el mandatario de que en estas elecciones el presidente de FTN, Josep Sánchez Llibre, decidiera competir con él. El zorro plateado catalán es un empresario con orígenes en la política que sabe mucho más que el vasco de conspiraciones de salón y de haberse enfrentado habría resultado un adversario difícil. Para más inri fue el único vicepresidente que le plantó cara por cómo el patrón de patrones había pactado con el Gobierno de izquierdas la reforma laboral en las navidades del año pasado. Después le siguieron otros, pero Sánchez Llibre dio un serio aviso a las pretensiones de su presidente de gobernar la patronal a su libre albedrío.
Virginia Guinda, la candidata catalana a competir con Garamendi, es un submarino de FTN. Y lo primero que ha puesto sobre la mesa como programa electoral es que CEOE debe de ser más transparente, una organización “menos cerrada”. Aunque no tiene posibilidad alguna de ser escogida, su irrupción en las elecciones evitará el paseo triunfal de Garamendi, al que sus palmeros querían convertir en el líder que nunca ha sido por condición natural. Normal, por tanto, que el patrono vasco haya torcido el morro al conocer que tenía competencia y frunciera más el ceño al darse cuenta de que los de la opa catalana andaban de nuevo detrás de su gestión, son los únicos que la fiscalizan y se atreven a poner públicamente en tela de juicio.
En el entorno de Garamendi ya se ha intentado desacreditar la opción catalana. Primero por señalar que FTN quedaría aislada si su intento sale mal. Es un argumento sin fundamento, solo una postura de cara a la galería: los asientos en los órganos de gobierno tienen que ver con el peso de cada organización y las cuotas que aportan. Una CEOE sin FTN se acercaría casi a la quiebra económica. Después se ha desacreditado indirectamente a la candidata, como si la organización barcelonesa no hubiera encontrado otros nombres en los que confiar para demostrar su distancia conceptual con Garamendi. Solo les ha faltado quejarse de que fuera por primera vez una mujer quien disputara la presidencia, al más puro estilo decimonónico y machista de las estructuras patronales españolas.
De nuevo, las elecciones a la gran patronal española van a servir para poner en evidencia dos modelos de empresariado. Las dos Españas empresariales. Una, la que habita, corteja y vende en la villa y corte, de perfil financiero y a menudo rentista, con un desaforado interés por la influencia política y las maquinaciones en los cenáculos. Un empresariado conservador y casi proteccionista gracias al BOE y su proximidad al poder real. Otro modelo, que lideran los industriales catalanes, pero que coexiste cada vez más en otras zonas periféricas del país, con una mayor preocupación por la realidad de las empresas en lo laboral, fiscal, en el acceso a los mercados o en las infraestructuras que mejoran la competitividad. Un modelo más transparente y sensible con los nuevos tiempos y los retos sociales y económicos que han aterrizado con la globalización. Y, aunque Garamendi revalide su contestada presidencia, los de la otra España empresarial harán que su voz se escuche y sea tenida en consideración más allá del kilómetro cero.