El PSOE celebra este sábado en Sevilla el 40 aniversario de su primera victoria electoral, cuando el 28 de octubre de 1982 obtuvo 202 diputados, una mayoría absoluta no superada en la historia de la democracia española.
Dos frases pueden sintetizar lo que supuso aquel triunfo para el país. El eslogan electoral de la campaña, Por el cambio, que resumía la idea de superación no ya de la dictadura, sino incluso de la transición; el asentamiento definitivo de las instituciones democráticas tras el final del régimen franquista, del que Adolfo Suárez y la UCD habían sido sus enterradores más allegados.
El arrollador éxito de Felipe González suponía igualmente un espaldarazo a la monarquía, que lograba el relevo en el poder de un partido formado por tardofranquistas por otro netamente democrático que ligaba la nueva legitimidad a la república derrocada por el golpe militar de 1936.
La segunda frase es obra del ácido y ocurrente Alfonso Guerra: “A este país no lo va a reconocer ni la madre que lo parió”. Y es que, pese a la rudeza de la expresión, anunciaba lo que se avecinaba, las decisiones y reformas drásticas que los socialistas tenían agendadas de acuerdo con las necesidades de España y de la Unión Europea, a la que debíamos incorporarnos cuanto antes.
Aquella mayoría tan absoluta permitió desarrollar un programa de cambios muy profundos que hubieran sido inabordables sin un apoyo electoral tan masivo y sin aquel equipo de jóvenes decididos. Los socialistas consiguieron personificar el espíritu de los Pactos de la Moncloa, con todo lo que significaban tanto en lo referido a los sacrificios compartidos como al proyecto de futuro: encarnaban la ilusión de una sociedad.
Contemplados aquellos acontecimientos con la distancia y perspectiva que dan 40 años, se puede ver que supusieron un giro histórico para España y que también fueron algo premonitorio para el norte del Mediterráneo democrático.
Los expertos habían previsto un crecimiento del PCE que nunca se produjo, ni en 1977 ni en 1979; y mucho menos en 1982. Lo estudiaban desde la perspectiva del eurocomunismo que tanto peso había adquirido en Italia y Francia; también en Portugal, pese a su prosovietismo.
El sorprendente resultado del PSOE de Felipe González marcó un cambio de tendencia en la Europa meridional. Supo aglutinar los deseos de unos ciudadanos partidarios de recuperar las libertades sin incurrir en los errores del pasado, sin revanchas ni desquites; un partido que pese a sus errores encauzó esas aspiraciones sin provocar la ira de los grandes poderes a la vez que controlaba los arrebatos de los que habían vivido a la sopa boba del franquismo durante tantos años.