La catalana Ambulancias Egara, por medio de la UTE en la que participa en Aragón, ha vuelto a impagar las nóminas de 325 trabajadores. Es la cuarta vez, y eso que hay sanción grave de Inspección de Trabajo por medio. Los conocedores de las cuitas, porque la transportista de Terrassa (Barcelona) no dice esta boca es mía, lo atribuyen a su guerra abierta con su socia: la vasca Ambulancias Maiz.
Sea cual fuere el motivo, hay 325 familias en ascuas en pleno verano. Que no han percibido la retribución mensual a mitad de las vacaciones de estío. Quizá hay hogares con menores afectados, y el Servicio Aragonés de Salud hace oídos sordos.
Los sanitarios aragoneses, a los que antaño seguro que muchos aplaudían por su desempeño en la fase dura de la pandemia del coronavirus, son peones en una suerte de juego de tronos en las ambulancias. Alguien, en algún lugar, decidió que el transporte sanitario era un buen negocio por los contratos con la Administración, y colocó a sus hombres en la industria. En el caso de Egara llegaron del sector de la seguridad y el juego, y han firmado una gestión más que mejorable.
Por lo pronto, Egara ha pasado de ser una modélica empresa familiar con 1.200 trabajadores fundada por el celebrado directivo Jaime Simón (1937-2019) a una suerte de animal herido renqueante. Sigue adelante, se expande a territorios vecinos, pero los que saben recuerdan que la aqueja una abultada deuda. Y que los que la rigen, los de la seguridad y el juego, no tienen intención de que sirva lo más mínimo al sector sanitario.
¿Qué intereses hay detrás de esta empresa? ¿Los hay detrás de otras? ¿Puede un contratista de la Administración pública, máxime cuando se trata de un sector tan delicado como el transporte sanitario, hacer una huida hacia adelante sin que los gobiernos catalán, aragonés y andorrano reaccionen? ¿Quién pondrá el cascabel al gato y dirá basta, que los que trasladan a nuestros enfermos deben creer en ello, o al menos garantizar la calidad del servicio y del empleo?
Porque esto no es lo que ocurre en estos momentos. Desde el sector, más de uno no da crédito al "vaciado" de la transportista catalana. Por vaciado sostienen un crecimiento desaforado que no va acompasado con la salud mercantil, con la calidad en la prestación de servicios públicos subcontratados y con el respecto a un modelo empresarial de corte familiar que antaño era respetado.
Otros intereses rigen Ambulancias Egara en estos momentos y créanme: no sabemos cuáles son --por ahora--, pero los explicaremos. Por lo pronto, no hace presagiar nada bueno que la empresa cambiara de manos y la cogieran directivos que llevó el propio David Madí en persona. El que fuera sancta sanctorum de la política y los negocios en Cataluña propició el cambio en la egarense y liquidó a los empresarios que la llevaban por razones que aún no se conocen.
De aquellos barros estos lodos: la irrupción de los hombres de Madí --aparejado con la constructora Benito Arnó, salpicada por el caso 3%-- en Ambulancias Egara ha sorprendido al sector, donde se les repudia y teme a partes iguales. Se echa de menos a los Simón, y muchos se preguntan qué hacen personas como estas --que no saben de salud, insisten directivos del sector-- en un sector como este.
Pero lo que deja ojiplático es que nadie en el Palau de la Generalitat de Cataluña, en el Edificio Pignatelli o en Edifici Administratiu d'Andorra se haya cuadrado. Se sabe, porque se conoce desde la época del conseller Boi Ruiz, que un grupo de tiburones dirige una contratista de la Administración catalana, y sin embargo nadie ha reaccionado.
Solo se me ocurre una explicación: que los que dieron un revolcón a una firma que habían levantado una laboriosa familia de empresarios de Terrassa y 1.200 trabajadores sepan demasiado. Que sepan cosas de otros que estos otros no quieren que se sepan. Pero el tiempo es juez implacable. Incluso en Cataluña. Por el momento, no obstante, Ambulancias Egara es un muerto trasladando a enfermos.