La mayoría de los analistas políticos dan por cerrada la historia de Ciudadanos. Tras su desaparición en Andalucía y su reducción a la insignificancia en Castilla y León, todo apunta a que las próximas citas electorales supondrán su certificado de defunción a plazos.
Así pues, y descartada una refundación con garantías --ningún indicio sugiere esa posibilidad--, es momento de hacer balance de su relato. Pero, a diferencia de la mayor parte de los artículos que se han publicado en las últimas semanas sobre la formación naranja, yo destacaré su legado, en vez de reprocharles los innumerables, evidentes y grotescos errores que les han acercado a la desaparición.
Ciudadanos, sin duda, encarna la lucha sin cuartel contra el nacionalismo catalán. Más concretamente, contra la discriminación de los catalanes castellanohablantes por parte de la Generalitat. Y, de forma especial, contra la inmersión lingüística escolar obligatoria exclusivamente en catalán.
Su herencia más valiosa es la asunción por parte del constitucionalismo de esos objetivos. En diferentes grados, eso sí, pero la huella de Ciudadanos es innegable.
Basta con señalar algunos ejemplos para constatar la influencia del partido concebido por Albert Boadella, Arcadi Espada, Francesc de Carreras, Ferran Toutain, Xavier Pericay, Teresa Giménez Barbat, Ponç Puigdevall, Ana Nuño, Félix Ovejero, Iván Tubau, Sevi Rodríguez Mora, Félix Pérez Romera, Horacio Vázquez-Rial y Félix de Azúa, e impulsado por Albert Rivera, Antonio Robles, José Domingo y Jordi Cañas entre muchos otros.
En 2006, año de la creación de Ciudadanos y de su irrupción en el Parlament, el PSC apenas se diferenciaba de los partidos nacionalistas. Pasqual Maragall llevaba tres años como presidente de la Generalitat. Sus políticas identitarias eran similares a las de Pujol. E incluso tuvo la osadía de impulsar un Estatuto de perfil nacionalista que nadie pidió y que después se demostró que era inconstitucional.
En aquel tiempo, José Montilla preparaba su relevo al frente del partido y del Govern. Pese a que su lengua materna era el castellano, mientras estuvo al frente del ejecutivo autonómico, al cordobés jamás se le oyó una frase en español dirigida a los catalanes fuera de un periodo electoral. Entre los dirigentes del PSC de esa época destacaban personajes que brillaban por su radicalismo nacionalista: Ernest Maragall, Ferran Mascarell, Montse Tura, Marina Geli, Antoni Castells, Joaquim Nadal, Daniel Font, Joan Ignasi Elena, Toni Comín (de Ciutadans pel Canvi, coaligados al PSC), Fabian Mohedano, Jordi Martí, etc.
Aquel partido alardeaba de haber impulsado la inmersión lingüística y, posteriormente, al inicio del procés, llegó a defender el "derecho a decidir" y la celebración de un referéndum de autodeterminación.
Hoy, 16 años después, el PSC habla de “flexibilizar” la inmersión, rechaza los referéndums secesionistas e incluso no es extraño escuchar a sus diputados hablar en castellano en el Parlament. El propio Salvador Illa utilizó el español en el debate de investidura de Aragonès, Beatriz Silva lo hace habitualmente, y antes de ser designada senadora, Eva Granados también lo utilizaba. Algo absolutamente impensable hace tres lustros.
Además, muchos de sus dirigentes saltaron a ERC o Junts. No hay duda de que aquella limpieza de la grasa nacionalista del PSC, así como el giro moderado del partido es gracias a Ciudadanos, que durante muchos años les comió el espacio electoral. De hecho, es posible que los naranjas salvaran la vida al PSC, evitando con su simple existencia la reactivación de la federación catalana del PSOE en los momentos más tensos y empujando a sus dirigentes a reorientarse.
Y algo parecido ocurrió con el PP catalán. Desde que Aznar le sirviera a Pujol la cabeza de Aleix Vidal-Quadras en 1996 como parte del precio del Pacto del Majestic, los populares apenas se atrevieron a usar el castellano en el Parlament. Solo Alberto Fernández Díaz osó hacerlo de forma puntual en 1999, pero los abucheos que recibió lograron el efecto buscado. Hoy, Alejandro Fernández y Lorena Roldán usan el español y el catalán de forma normal en sus intervenciones. Y el líder nacional del partido, Alberto Núñez Feijóo, plantea para las escuelas de esta comunidad un “bilingüismo cordial” en el que el 50% de las asignaturas se impartan en catalán y el otro 50% en castellano. Y todo apunta a que ni se le pasa por la cabeza pactar con los nacionalistas como hicieron con Artur Mas entre 2010 y 2012.
Es evidente que Ciudadanos ha modificado la visión que los partidos constitucionalistas tienen de los nacionalistas. Es evidente que ha normalizado el uso del español en el Parlament. Es evidente que ha logrado romper los complejos que atenazaban a los partidos constitucionalistas en Cataluña.
Pero también es evidente que, aunque Ciudadanos desaparezca, más les vale a las formaciones constitucionalistas no bajar la guardia y plantar cara a los nacionalistas. Porque, si en algún lugar tiene razón de ser una formación como Ciudadanos, es en Cataluña. Antes o en el futuro, si fuera necesario.