Lo han vuelto a hacer, como en los viejos tiempos: han construido un buen relato. Mitad verdad, mitad mentira, pero trabajado a conciencia, con la complicidad directa de los medios públicos y concertados de Cataluña y la colaboración de los que no quieren quedarse fuera del mainstream y surfean. Desde los lazos amarillos no habían tenido una idea con tanto éxito propagandístico como el caso Pegasus o el catalangate, como lo han bautizado los técnicos indepes del marketing político.
Nos vigilan, dicen las pancartas de los neoconvergentes emulando aquella serie de éxito, Person of interest, en la que los malos eran perseguidos a través de sus teléfonos móviles y de las cámaras callejeras gracias a un software secreto.
La base real del asunto es tan frágil que hasta el cuestionado pulitzer que publicó la exclusiva se pone en evidencia cuando replica a la ministra de Defensa española porque él también quiere entender que había cuestionado a The New Yorker más que a sus fuentes. Y las fuentes de quien confunde la Constitución con un acuerdo del Consejo de Ministros o que escribe que la Ciutadella fue construida por esclavos catalanes son tan falsas que le descalifican como escritor tanto de política como de historia.
Pero a lo que vamos. Desde que Citizen Lab inició su estudio a instancias de independentistas, el movimiento nacional ha tenido tiempo para preparar la campaña con la que ha puesto contra las cuerdas a un Gobierno que han vuelto a pillar desprevenido. No hacen falta pruebas para acusar y descalificar, incluso desde otras instancias del Estado como la propia Generalitat.
ERC muestra nuevamente su bisoñez y se deja envolver en una maniobra que tiene como segunda derivada invalidar la estrategia de diálogo de los propios republicanos, el socio menos fiable de la política española del último siglo.
¿Qué pasará si queda patente que la justicia ordenó investigar a los supuestos promotores del asalto a El Prat y al AVE? ¿O a quienes organizaron los graves desórdenes callejeros de Barcelona que incluían la quema de contenedores y ataques a la policía; a quienes cerraron la frontera?
Cabe preguntarse por las consecuencias de la campaña del caso Pegasus más allá de su efímero éxito propagandístico. De puertas adentro, parece improbable que alimente nuevos liderazgos, dado que no hay nadie al mando, en línea con el estilo clandestino de tsunami democràtic. Aunque sí es posible que los de Carles Puigdemont ganen algunos enteros.
Respecto al Gobierno, ¿qué puede pasar, que caiga Margarita Robles, como ansía la fracción de Podemos que lidera Pablo Iglesias? ¿Que caiga el Ejecutivo al completo y se convoquen elecciones de las que salga una coalición PP-Vox? Tampoco es creíble.
Lo más probable es que el éxito mediático de los estrategas independentistas apenas se quede en un nuevo episodio de frustración colectiva. Nadie podrá convencer a los creyentes más devotos de que solo es una campaña, que la justicia no actúa contra un ciudadano por su ideología.