La Semana Santa ha sorprendido a propios y extraños por el regreso de las tradicionales estampas de la Barcelona saturada de visitantes: la calle del Bisbe a rebosar de gente, la plaza Sant Felip Neri llena hasta la bandera de grupos turísticos o el barrio de la Barceloneta transformado en resort urbano de veraneantes, algunos con dudosa huella cívica y económica. Es el turismo que viene, y no en clave de futuro, sino de presente, pues ya está aquí.
Y eso que el Barómetro de la Organización Mundial del Turismo (OMT) ha concluido que la recuperación de esta industria a niveles de 2019 no llegará hasta 2024, como pronto. Es lo que opina la mayoría del sector, teniendo en cuenta métricas extraídas del mundo alojativo o los transportes. En el caso de la capital catalana, basta con seguir la reanudación de rutas aéreas a destinos internacionales. Ni Estados Unidos, uno de los mercados que más rebota tras la fase dura del coronavirus, ha vuelto a la cartera de enlaces con la Ciudad Condal que operaban antes del virus.
Pese a ello, la pausa primaveral ha vuelto a dejar las tradicionales fotos de la urbe colapsada. El turismo que viene cuando amaine la enfermedad será másivo, y los destinos deben estar preparados para gestionarlo. Barcelona cuenta con un plan estratégico de turismo, pero la mayoría de partidos se han comprometido a elaborar otro para los años 2023-26 que tenga la vista puesta en la lucha contra la masificación.
Abordar este objetivo es importante, sobre todo por cuanto las instantáneas de Semana Santa hacen prever un verano complicado. Como los previos a la pandemia y que, según algunos, fueron el verdadero motivo por el que hubo un cambio político en la segunda mayor ciudad española en 2015. Por este motivo, la gestión turística debe alzarse por encima de la riña política y tener visos de luces largas. Gobernar a golpe de foto o tuit provocará solo consecuencias a corto plazo.
Como es también importante aprobar medidas de acompañamiento rigurosas y que los tribunales no acaben anulando, como el primer plan de licencias turísticas de 2017, el Peuat. La justicia ha venido corrigiendo algunas iniciativas municipales que cercenaban la libertad individual o empresarial en nombre de otras nobles metas, como el derecho a la ciudad. Por loables que parezcan, por el camino han cedido trazo fino y han mordido el polvo en los tribunales.
Negro sobre blanco, es tiempo de abordar la tan cacareada gobernanza del turismo en Barcelona, pero no por el efecto de las fotografías de Semana Santa, sino porque la recuperación pospandémica aún no se ha completado y deja espacio para ello. La ciudad debe contar con herramientas útiles, racionales y actualizadas para abordar la fase vacacional que vendrá, y que ya ha dejado sus primeras estampas en la calle y en el barrio.
De lo contrario, a algunos podrían costarles caras nuevas fotos como las que emergieron en la Barceloneta en 2014.