A Winston Churchill se le ha atribuido una de las frases que resume de forma más precisa la actualidad política del país. "Nuestros adversarios están enfrente, nuestros enemigos, detrás”. José María Aznar ha ido un paso más allá y, en un acto de la fundación FAES, aseguró que la situación interna de la formación era más compleja que la guerra fría en Ucrania “porque en el PP hay armamento nuclear”.
Así ve la batalla abierta entre Pablo Casado e Isabel Díaz Ayuso el padre político de ambos. Hasta la fecha, se habían limitado a lanzarse dardos envenados desde sus respectivas trincheras. Ahora, han bajado a la arena. Y eso, en un partido donde se han llegado a filtrar declaraciones de renta y vídeos de políticos en activo en pleno ataque cleptómano para acabar con ellos (ellas, en ambos casos), son palabras mayores.
La amenaza de ruptura planea sobre la principal formación conservadora, un mal que se intentó evitar en un encuentro celebrado in extremis en Génova el viernes por la tarde en el que los dos políticos y sus fieles escuderos exploraron los posibles resortes para firmar la paz. No los encontraron, aunque los barones se lo exigen. Los más poderosos, como Alberto Núñez Feijóo, ya piden un congreso extraordinario. El ordinario está agendado para el verano, pero temen que el daño a la formación política sea irreparable si la lucha de personalismos, en este caso no podemos hablar de ideologías, perdura en los próximos meses.
Todo ello, bajo la sombra de otro caso de presunta corrupción. La que emana de la comisión que se habría llevado el hermano de la presidenta de la Comunidad de Madrid para traer material sanitario en el momento más duro de la crisis del coronavirus. Serán los tribunales los que decidirán si Tomás Díaz Ayuso fue otro de los ciudadanos con contactos en China que intentó traer hasta España mascarillas, geles desinfectantes, guantes y cualquier otro producto que pudiera tener un uso ciudadanos o hospitalario en la primavera de 2020 u otro de los aprovechados que se enriqueció de forma ilícita en ese momento.
Cabe tener en cuenta el contexto en el que tuvieron lugar estas operaciones. El Gobierno levantó la ley de contratos públicos para que cualquier funcionario comprase lo que pudiera, a cualquier mercado y a cualquier precio para intentar frenar la expansión del Covid y evitar más muertes. El virus era nuevo, desconocido y nadie estaba preparado para una pandemia mundial.
Esta cuestión administrativa pasó desapercibida en unas semanas donde todo el mundo se confinó. Si los ciudadanos llegamos a pagar 10 euros por una mascarilla de un solo uso, las estafas que han tenido que asumir las administraciones serán colosales. Y ya se puede afirmar sin equivocarse que veremos a varios avispados sentarse en el banquillo de los acusados por intentar saquear al erario público incluso en unas circunstancias graves.
Más allá de esta cuestión, el pulso público entre Casado y Díaz Ayuso saca la bajeza que se vive en las organizaciones políticas. Ningún partido puede hablar demasiado alto porque, navajazos, hay en todas partes. Que sean de forma más o menos pública es lo novedoso en este caso, ya que la batalla en la cúspide del PP ha tenido lugar ante los focos. Ha ocurrido de forma incluso más abierta que la lucha entre socios en el Govern de la Generalitat, otros que también usan los micros sin ningún tipo de reparo para desacreditar a sus compañeros de viaje.
En un momento en que la política aburre sobremanera, esto es lo que atrae mayor atención. En España la doble crisis de la década anterior dio alas a los nacionalismos, pero los populismos extremistas tardaron en eclosionar. Las consecuencias a corto y medio plazo de lo que aún ocurre en la política del país están claras. Que preservar la silla está por delante de luchar contra la desafección y sus consecuencias más nefastas, también.