El independentismo institucional va dejando a un lado su gallardía y, cada día que pasa, recula un poco más porque asume que la desobediencia prometida no tiene recorrido. Se ha visto con el caso Juvillà y se está viendo también con la obligación de cambiar el modelo de inmersión lingüística para derivarlo hacia el bilingüismo. La primera reacción del conseller Cambray, responsable de Educación, ante la sentencia del Supremo que instaba a los centros a impartir un mínimo del 25% de las materias en castellano fue invitar a los directores a desobedecer. Ahora, sin embargo, la conselleria ha asumido que deberá incluir el español en la enseñanza y se hará cargo de su implementación, aunque ello, en palabras del Ejecutivo, signifique "perseguir el catalán".

La batalla lingüística, no obstante, no ha terminado. Hace solo unos días, se conoció que el Govern prepara una sutil criba para frenar la llegada de docentes de otros puntos de España. En concreto, si nada cambia, exigirá un “nivel superior” de catalán a los profesores para dar clase en Cataluña a partir del 2024. Es decir, saberse todas las entradas del Diccionari de la llengua catalana --exagerando un poco-- será un requerimiento y no un mérito. Hay que reconocer que la idea de que los enseñantes sean excelsos es muy buena, pero no lo es tanto el objetivo de esta excelencia, que no es otro que el de imponer la lengua catalana en detrimento de la española, cuando lo normal sería que conviviesen en las aulas.

Por decirlo de otro modo, lo mínimo que se ha de exigir a los docentes es que dominen su materia, sepan transmitirla y lo hagan con un lenguaje rico. Por lo tanto, esa exigencia del catalán nivel filólogo debería pedirse también para el castellano, en especial ahora que habrá, al fin, una enseñanza bilingüe. Es decir, que todos los profesores deberían acreditar un alto dominio de las lenguas cooficiales o, al menos, una de ellas, sin que ello, el dominio de una sola, sea excluyente para dar clase siempre que se respete en los centros ese 25% que hay que impartir en español. De todos modos, este requisito no ha de ser el único en las pruebas de selección, sino que debe ir acompañado de los dos anteriores si lo que queremos es que el colegio sea un lugar de formación y no de deformación, como parece que quieren algunos, ya que ahora hasta se permite pasar de curso con asignaturas suspendidas.

Asimismo, esta exigencia de la excelencia --y no solo referida a la lengua-- debería ser indispensable en cualquier puesto, en especial los públicos. Y comenzando por la clase política, que en muchos casos ni es política ni es nada. Es más, se está dando la imagen de que todo el mundo puede dedicarse a ello; o peor, que cualquiera puede ser político. Para serlo, tal vez habría que pedir unos mínimos de cultura y de gestión, no como ocurre ahora. Y si se demuestra que no sirve, otro servirá. Pero eso es una batalla de largo recorrido.