El nacionalismo catalán ha encajado un duro revés tras años de impunidad en materia lingüística, que es, a fin de cuentas, el pilar de su proyecto. No es casualidad el interés del independentismo por la inmersión lingüística, que no es que potencie el catalán, sino que excluye y pisotea el castellano. Tienen hasta espías en el patio de los colegios. La explicación es sencilla: el idioma catalán es el rasgo diferencial entre los ciudadanos de esta comunidad y los del resto de España. Prácticamente, el único. Y sobre esta base se construye el resto del relato. Sin embargo, hay unas hormiguitas que, en la sombra y tras décadas de trabajo, han obtenido sus frutos (por ahora). Son los padres de los niños que se oponen a la escolarización 100% en catalán, porque tienen todo el derecho del mundo a que los pequeños estudien también en castellano dentro de España; son las asociaciones que defienden los derechos de los catalanohablantes, con la Asociación por una Escuela Bilingüe (AEB), las que han plantado una lenta, cansada y desagradecida batalla contra la imposición del monolingüismo. Es elocuente la emoción de su presidenta, Ana Losada, tras el golpe del Supremo al Govern, que había recurrido la decisión del TSJC que establecía que el 25% de las clases deben impartirse en castellano.
Esta resolución no es la primera referida a la inmersión, pero, hasta ahora, el nacionalismo, con la connivencia del Gobierno de turno, ha seguido con su sistema excluyente, pasando de la justicia. No obstante, esta vez es distinto, como sugieren las reacciones en tromba de los gobernantes independentistas, de sus apéndices y la reunión de urgencia entre todos ellos para ver cómo afrontan la afrenta de tener que dar un 25% de las clases en la lengua mayoritaria y cooficial de Cataluña. “Ataque muy grave”, “desprecio” y “anomalía” fueron las primeras palabras del Govern, presidente Aragonès incluido, pero faltaba un clásico del separatismo: “Desobediencia”. Cuixart, el indultado, se encargó de recordarlo. Y, obvio, destacó las bondades del modelo: “Cohesión, inclusión e igualdad de oportunidades”. Una igualdad como la que reclama el iluminado de Eduard Voltas para las 600 enfermeras andaluzas que ha incorporado la sanidad catalana en las últimas semanas: “Que les hagan un curso de capacitación lingüística y al menos nos entiendan cuando nos atiendan”. Con pensamientos así, se hace más evidente que nunca la necesidad de acabar con la inmersión. Veremos en qué queda.
Este torpedo a la línea de flotación del proyecto nacionalista llega con el independentismo en horas bajas. La patraña del 52%, aparte de que es incierta, acaba de saltar por los aires tras el pacto entre ERC y los comuns para sacar adelante los presupuestos. Y precisamente el lío con las cuentas públicas, que ha dinamitado más puentes dentro del separatismo (la CUP es un verso libre, pero Junts y ERC siguen a la greña), demuestran que el asunto idiomático es capital para el movimiento: ahora sí han corrido todos ellos para hablar y mostrarse unidos en contra de la imposición del castellano en las aulas. Es que ni siquiera para concretar las condiciones del pasaporte Covid son tan eficaces. La portavoz del Govern suelta la bomba por la mañana, promete dar más detalles por la tarde y aquí, nada de nada. Porque, en el fondo, la gestión de la pandemia a estas alturas responde más a la justificación de que hacen algo que a la eficacia de unas medidas que hacen agua por todas partes. De lo contrario, el Procicat habría aclarado enseguida todas las dudas al respecto, que son muchas.
Aun así, es muy posible que la impartición de un mínimo del 25% de las clases en las lenguas cooficiales no sea la mejor solución al problema. ¿Damos en la misma lengua las mismas materias durante toda la etapa escolar? ¿Lo hacemos por días? ¿Por cursos? Es un poco liado. Lo que sí está claro es que la decisión de la justicia le viene como anillo al dedo al independentismo para seguir tirando de victimismo. En todo caso, para promover el catalán siempre les quedarán los programas en los que dos graciosetes tienen pensamientos impuros (en voz alta) con la reina y su hija.