La gracia del poder es saber ejercerlo. O, como mínimo, intentarlo. El independentismo catalán aseguró en 2017 que tenía el suficiente para ejecutar la DUI, pero el ansiado momentum se saldó con una declaración simbólica y un desenlace de sobras conocido. Los irredentos aseguraron que una de las lecciones aprendidas de aquel fracaso era que tenían que conseguir el control de más instituciones que brindasen el apoyo necesario a la Generalitat para llevar a buen puerto una especie de momentum 2.0.
En la práctica, esta voluntad se ha traducido en la aparición de candidaturas con el estandarte único del independentismo en el grueso de las elecciones que han tenido lugar en Cataluña en los últimos años. Desde las sindicales a las patronales, colegios profesionales y universidades incluidas.
Su éxito hasta el momento ha sido limitado. No tanto desde el punto de vista de cazar instituciones, ya se han hecho con el control de organizaciones con un papel tan relevante como la Cámara de Comercio de Barcelona. El problema viene cuando una vez conseguido el triunfo en las urnas (lo más complicado en según qué organizaciones --han sufrido derrotas sonadas por el desconocimiento de la idiosincrasia interna, como en Pimec--), han sido incapaces de desarrollar el poder. Si entendemos poder como algo más que nombrar a peones y otorgarles un salario nada despreciable.
La primera etapa del mandato de la ANC en la entidad de dinamización empresarial local sirvió para convertirla en la plataforma electoral perfecta de Joan Canadell, ahora diputado en JxCat. Raso, por decisión del partido. La Cámara de Comercio como tal hizo mutis por el foro de los grandes centros de poder local, desapareció en parte porque así lo preferían los que estaban en estos ámbitos y por voluntad propia de la nueva cúpula. Intentó equiparar su poder con el de una patronal para hacerse con la negociación colectiva y con financiación directa de la Generalitat, pero también fracasó en eso. Con Mónica Roca al frente se ha modificado un poco la estrategia. La presidenta, como mínimo, se ha dejado ver al lado del resto de agentes sociales locales, pero aún falla en el capítulo del ejercer.
Los independentistas se han centrado en convertir una institución económica que incluso había conseguido el poder de nombrar, previo pacto con la Generalitat y el ayuntamiento, quién preside el consejo de administración de Fira de Barcelona como mera altavoz de sus tesis. Eso generó incendios internos iniciales, pero, pasados los meses, incluso este malestar se ha aletargado.
¿Qué se decide en la Cámara de Comercio? Ni los propios asistentes a los plenarios --con gran presencia del online por la pandemia-- lo saben con demasiada certidumbre. La Cámara de Comercio de Barcelona no es que ya no esté en el debate de la representación económica de la ciudad, es que ni se le espera.
De hecho, la atonía en ejercer el poder real de la organización ha propiciado que lo sorprendente es que aparezca por los sitios. Así ocurrió, por ejemplo, en la feria Automobile Barcelona. Lo que se ha comentado en diversos foros de la ciudad, incluso días después de que tuviera lugar, ha sido que la organización mandase a un representante. No participó Mónica Roca en la inauguración, delegó en una de sus personas de confianza de la dirección. Pero consiguió (de forma consciente o no) tener presencia propia en el evento.
Si la sorpresa es esta, ¿qué clase de poder ejerces?