El cambio sociológico que experimenta el conjunto de España es enorme, aunque con la gestión del día a día los dirigentes políticos y económicos no lo acaban de interiorizar. La transformación es más rápida de lo que apuntaban los expertos hace una década. Y es cierto que, pese a las advertencias de los economistas más lúcidos sobre la polarización social y la desigualdad en la oferta de oportunidades, la doble crisis que han sufrido varias generaciones ha sido devastadora y ha dejado a esos mismos expertos con pocas respuestas.
Sucedió con la crisis financiera de 2008, que derivó en una crisis económica, mucho más dura para países como España, que, a mediados de los años noventa, decidió --o la forzaron a decidir-- que podía crecer a a través del crédito. Se trataba de un proceso previo que llegó a la cima en esos años: la financiarización de la economía, que tan bien escribió Raghuram Rajan en su obra Grietas del sistema (Deusto). Muchos jóvenes vieron truncadas sus vidas profesionales y personales. Y es que ese sistema no se iba a recuperar, porque las reglas posteriores --España no recuperó el PIB de 2008 hasta 2015-- serían mucho más duras: menos oportunidades, salarios más bajos y mayor precariedad.
Más tarde, ya con esa recuperación con un ritmo más vivo, llegó la pandemia del Covid que causó estragos a lo largo de 2020, y que, pese a los signos de reactivación económica en 2021 y con las buenas previsiones de 2022, también tendrá consecuencias importantes en el ámbito laboral.
Y resulta que los más afectados son los ciudadanos con edades comprendidas entre los 20 y los 39 años, los que comenzaban a adquirir trabajos más estables, con los 25 años cumplidos, y los adolescentes que se aproximan a la vida laboral. Y esa misma franja de edad es ahora la menos proclive a vacunarse, lo que causa una verdadera desesperación entre los responsables de Salut del Govern de la Generalitat.
¿Por qué? Hay muchos factores, pero los que se apuntan tienen una importancia capital. Hay claras diferencias. Con dos dosis de vacunación, la pauta completa, esas generaciones entre los 20 y 39 años se han vacunado sólo en un 58,9%, en comparación con el 80,1% de los comprendidos entre los 40 y 49 años, y en claro contraste también con la franja entre los 50 y 59 años, que se han vacunado con dos dosis en un 89,4%. Esos ciudadanos más mayores han vivido experiencia distintas, con un denominador común: han visto cómo el poder político ha transformado el conjunto de España y Cataluña de una manera eficaz e ilusionante en los últimos 40 años. Tienen una perspectiva larga y entienden que, pese a todas las discrepancias, si las autoridades piden un esfuerzo para vacunarse hay que cumplirlo.
Es la transformación que el poder político no se atreve a reconocer, porque eso supondría que tiene la principal culpa. Porque en los últimos años no han estado a la altura. Divagan, se acusan mutuamente, y nadie asume la toma de decisiones, que, por difíciles y duras que sean, se deben aplicar.
Lo explica el filósofo político Michael Sandel cuando en su recomendable obra La tiranía del mérito explica por qué hay tantas diferencias sobre el cambio climático. Centrado en la opinión pública en Estados Unidos, Sandel muestra que no se trata de negar o no el cambio climático. Los ciudadanos entienden que ese cambio se está produciendo. Pero se muestran escépticos porque no confían en las indicaciones para paliar ese cambio por parte de un poder político que ha perdido credibilidad. Hay muchas dudas sobre las decisiones que toma ese poder político, hay miedo a ser gobernado, porque esos gobernantes han perdido el aura de respeto que se ganaron, por ejemplo, a partir de II Guerrra Mundial, cuando construyeron sistemas sociales y económicos que acompañaban y ayudaban al ciudadano medido y al que disponía de menos recursos. Ese hilo de respetabilidad, de creer que el Gobierno está contigo, se va rompiendo.
Y eso debe tenerse en cuenta también con las generaciones más jóvenes, que se muestran irritadas con ese poder político, que han defendido una cosa y la contraria, que no ofrecen certidumbre en ninguna esfera de sus vidas. Hay, se admita o no, esa cuestión latente en la negativa a vacunarse, más allá de creerse o no inmunes ante la enfermedad por ser, precisamente, más jóvenes. Porque, además, en Cataluña esa respetabilidad hacia el Govern es realmente muy difícil de mantener y ya sólo los más viejos, pensando en lo que representó, se muestran dispuestos a, por lo menos, escuchar.