En las últimas semanas he mantenido numerosas e intensas conversaciones con destacados terceristas (ya saben, los defensores de la tercera vía, la de la negociación con los nacionalistas). He intentado comprender los motivos por los que apoyan los indultos a los presos del procés. A fe que he realizado un ímprobo ejercicio de empatía. He puesto todo de mi parte para entenderlos. Pero debo admitir que he sido incapaz de lograrlo.
Los argumentos de mis interlocutores son los ya conocidos: los indultos ayudarán a generar un clima de concordia; es posible que los indultos no resuelvan el problema, pero son parte de la solución; aunque no sean suficientes, los indultos son necesarios para avanzar hacia la convivencia en Cataluña; hay que tender puentes para romper el bloqueo; estamos cansados de la confrontación; hay que arriesgarse a hacer algo, lo que sea, menos el inmovilismo de la derecha y de los que se oponen a los indultos; hemos de evitar a toda costa la cronificación del conflicto; los indultos son un paso hacia la normalización...
Pura poesía, sin ninguna concreción. Nadie ha sabido explicarme cómo funciona el milagroso mecanismo por el que la concesión de los indultos supuestamente nos acerca a la concordia, la convivencia y la normalización.
Bueno, alguno sí ha ido más allá y en un alarde de sinceridad me ha definido lo que para él es concordia, convivencia y normalidad: volver a la situación previa al procés, volver al pujolismo de toda la vida, sin amenazas de declaraciones unilaterales de independencia. Si hasta la CEOE y los obispos apoyan los indultos, me insisten. Sin duda, una señal evidente de que se trata de una medida progresista, apostillo yo.
Es decir, para los terceristas, la concordia, la convivencia y la normalidad en Cataluña pasa por mantener la inmersión lingüística escolar obligatoria exclusivamente en catalán --un modelo que los tribunales han declarado ilegal--; por permitir que la Generalitat siga inoculando el nacionalismo a base de subvenciones en todos los ámbitos de la sociedad --escuela, universidad, medios de comunicación públicos y privados, entidades sociales, lúdicas, deportivas, sindicales, empresariales--; por tolerar la exclusión o discriminación del castellano en el ámbito público; por consentir que las administraciones públicas sigan incumpliendo la ley de banderas, ninguneando los símbolos nacionales --o federales, como queramos llamarlos--; por permitir que el Govern siga impulsando las embajadas en el exterior para sumar apoyos internacionales a su proyecto rupturista; por cerrar los ojos ante el victimismo insaciable del Ejecutivo autonómico; por no molestar demasiado cuando la Generalitat invada competencias...
No cabe duda de que mi concepto de concordia, convivencia y normalidad difiere mucho de ese escenario, deseado por los terceristas. Un escenario que, según los partidarios de la estrategia del contentamiento con los nacionalistas, solo se podría corregir con una victoria del constitucionalismo en unas elecciones autonómicas.
¿Cómo? ¿Que, mientras los nacionalistas controlen el Parlament, los terceristas no ven apropiado que el Estado corrija los excesos a los que me he referido, pese a que en su mayoría desbordan los límites de la ley?
¿Y qué me recomiendas?, expongo a mi interlocutor. Que te aguantes o que te vayas de Cataluña, responde.
Rendición o exilio. Esa es la propuesta de los defensores de la tercera vía.
Evidentemente, hoy estoy más convencido que nunca del error histórico que suponen los indultos.