La reacción de los que no quieren que nada cambie es de campeonato. La posibilidad de los indultos, una potestad del Gobierno central, para que los dirigentes independentistas regresen a sus casas –siempre manteniendo la inhabilitación por cargo público, tal y como se recoge en la sentencia del Tribunal Supremo--, ya ha supuesto para el presidente Pedro Sánchez un enorme desgaste político. El PP no desaprovechará la ocasión, como ha hecho siempre que ha estado en la oposición, para cargar sin contemplaciones contra Sánchez y recoger firmas contra los indultos. Hay argumentos para dudar de la necesidad y de la eficacia de esos indultos. Pero lo que aparece en el horizonte es un cambio que puede mejorar la situación en Cataluña, y lo principal, el primer conflicto que se quería superar, –se decía por parte de dirigentes del PP y también del PSOE, y de Ciudadanos—era el que se había instalado entre los propios catalanes.

Esa debería ser la principal razón para movilizar esfuerzos. El problema, claro, se ha extendido a toda España, y afecta a todos los partidos políticos españoles y al conjunto de la sociedad española. Pero si Cataluña no endereza su propia vida política interna, seguirá afectando durante años a la política y la vida españolas. ¿Qué se debe hacer, por tanto?

Aquí surge el verdadero escollo. ¿Están dispuestos los dirigentes políticos nacionalistas a seguir un camino distinto? La respuesta se deberá ofrecer a partir de los hechos. Y los primeros pasos –más allá de esa retórica entre histérica y delatora de una derrota clara que insiste en la amnistía y el inexistente derecho de autodeterminación—muestran una cierta evidencia. Hay dos traidores a la causa que están dispuestos a cocinar un guiso muy diferente. Tanto Pere Aragonès como Jordi Sànchez han comenzado a arrinconar a dos lastres: Oriol Junqueras y Carles Puigdemont. Irán perdiendo peso en muy poco tiempo. No mandarán en sus respectivos partidos y deberán adaptarse a una situación muy distinta.

Sí, es verdad. Es cierto que las palabras de Marta Vilalta, la portavoz de ERC, molestan y provocan un cierto cabreo. Señala que Junqueras debería poder estar en la mesa de diálogo que Pedro Sánchez está dispuesto a convocar de nuevo. El PSC ya ha dejado claro que en esa mesa estarán miembros de los dos gobiernos. Y Junqueras ya no lo es. Estará en casa en breve. Dirigirá la estrategia de ERC, --tal vez—pero no estará en el Palau de la Generalitat. Su hora ha pasado. Y en gran medida él es el responsable de ello. Cuando finalice su condena que comporta la inhabilitación por cargo público, ya será tarde para presentar su candidatura. El tiempo político se modifica con celeridad. Tendría alguna oportunidad, pero su suerte dependerá de que Aragonès, el traidor republicano, y de que Jordi Sànchez –el traidor postconvergente—sepan conducir el timón con inteligencia y calma.

¿Que se refieren a esos dos mantras, amnistía y autodeterminación? Que lo hagan. Uno entra siempre en una negociación con su programa de máximos. Pero lo que tendrá delante es un Gobierno central que busca una salida posible, no la quimera independentista.

Jordi Sànchez está determinado a que Junts per Catalunya sea un partido organizado, postconvergente, que no entregue en exclusiva a ERC el campo de la gestión. Sànchez cuenta con el beneplácito y el apoyo de viejas figuras convergentes, que desean orden y quieren desterrar de una vez a los pre-políticos que se han acercado en los últimos años, desde Josep Costa –que utiliza un lenguaje revolucionario propio de una ilusión juvenil—hasta el propio Puigdemont, que es quien más teme los indultos, porque sabe que sólo le quedará un camino: el regreso a España para ser juzgado.

Ahora bien, los dos próximos años que se vislumbran con cierta calma, si Pedro Sánchez aguanta el pulso de la derecha, deberán concluir con algún acuerdo. Y sólo podrá pasar por la votación en referéndum…. de un nuevo Estatut. Como mucho.

Eso lo saben los ‘traidores’ Aragonès y Sànchez. Y también lo saben los dirigentes del PP y de Ciudadanos y los exdirigentes del viejo PSOE. Entonces, ¿por qué tanto teatro? ¿Sólo para tensionar más, para buscar las viejas pasiones de los ciudadanos medios españoles que –ciertamente—se pueden enfadar ante lo que puede ser visto como una ‘nueva cesión’ frente al nacionalismo?

Todo se puede torcer, claro. Pero el PP –el máximo responsable en el flanco de la derecha, porque Pablo Casado es el jefe de la oposición—debería ser consciente de lo que realmente se juega ahora en Cataluña: una vía posible, aunque haya riesgos y la posibilidad real de que todo se venga abajo. La alternativa, la de un Gobierno del PP, apoyado con Vox, que no quiera hacer nada, que se complazca en el cumplimiento íntegro de las penas, que señale que –simplemente— el independentismo se saltó la ley y que la vida sigue igual, puede llevar a enquistar el problema y a que muchos catalanes no independentistas que creen que los presos deberían ya irse a su casa opten por opciones independentistas a medio plazo.

Entonces, el problema podría ser insalvable.