El campo de juego ha quedado embarrado, las líneas de cal apenas se perciben, pero sigue siendo el único terreno posible. La alternativa se ha ido dibujando de forma tímida, pero no tiene los apoyos suficientes. Y, además, hay dudas internas. La cancha es la que delimitó Jordi Pujol y ahí sigue, con la hierba demasiado alta, pero perceptible. Sirve. El anhelo de ser, de mantener una identidad, de proteger una lengua y una cultura, a pesar de todos los errores políticos cometidos, se mantiene. Y quien logró una tarea que parecía del todo imposible en el arranque de la Transición se llama Jordi Pujol y acaba de llamar a la puerta, con un último grito, para acabar con el procés y señalar que lo prioritario es “ser”, y que lo conveniente es reformular todo lo que se ha llevado a cabo en los últimos años y ejercer el arte de la política.
Para muchos esa situación será triste, lamentable. Y querrán cambiarla por completo. Pero para intentarlo es necesario un proyecto alternativo, con recursos, y con la misma fe con la que actuó Jordi Pujol como gobernante. El expresidente de la Generalitat, al margen de su situación judicial y de su confesión en 2014, sigue siendo el único gran referente del nacionalismo catalán, que lleva dando palos de ciego desde que Pujol se retiró. Ni Artur Mas, ni Oriol Junqueras, ni por supuesto Carles Puigdemont o Quim Torra han liderado ningún proyecto con una ambición suficiente ni con la estrategia del anciano presidente.
Todo pudo haber sido diferente, sí, cuando en 1980 se convocaron las primeras elecciones a la Generalitat, cuando Josep Tarradellas hablaba de “ciudadanos” y no de “catalanes”, cuando la izquierda había triunfado en las municipales de 1979. Pero la historia avanzó por otros derroteros y una parte importante de la sociedad catalana, la que vota a partidos nacionalistas e integra el gran entramado civil de Cataluña, ha interiorizado que lo más importante es “ser” y defender una identidad que siempre sabe encontrar culpables en el otro lado.
Este martes se celebran elecciones en la Comunidad de Madrid, y una gran victoria del PP puede dejar a Pedro Sánchez en una situación delicada, con todos sus planes ensombrecidos. Deberá mirar a izquierda y derecha y tratar de contar con los mismos socios que apoyaron su investidura. Y ahí estarán ERC y Junts per Cataluña. El problema con el independentismo catalán no desaparecerá de la noche a la mañana. Sí podrá Sánchez buscar apaños a corto plazo, pero a medio, el nacionalismo catalán, ahora muy desorientado, surgirá otra vez para recordar que, como apunta Pujol, la identidad catalana no se resigna a desaparecer.
Pujol publica un libro-entrevista tras largas conversaciones con Vicenç Villatoro. El libro, Entre el dolor i l’esperança, sacará a la luz las reflexiones del expresidente de los últimos años. Romperá su silencio para ofrecer su particular visión sobre su culpa, que ha acabado en una larga causa judicial. Pero también aportará su reflexión política, en la que constatará su posición meditada sobre los reiterados errores de sus sucesores políticos. Pujol no quiso el Estatut de 2006, y no quería ninguna declaración unilateral de independencia. Sigue sin entender los pasos dados por Quim Torra y se ha mantenido fiel a la estrategia del PDECat, en detrimento de Junts per Catalunya y de Carles Puigdemont.
Pujol llamaba a muchos de sus habituales interlocutores para preguntarles sobre las consecuencias del nuevo Estatut, el que impulsó Pasqual Maragall, con ERC e ICV desde la presidencia de la Generalitat. Intuía que todo resultaría fatal, y no podía comprender cómo esos mismos interlocutores no asumían la gravedad de la situación. Lo intuyó bien, porque nadie como Pujol conoce y ha utilizado mejor las palancas del poder, como demuestra Jordi Amat en su libro El hijo del chófer, un relato sobre el periodista Alfons Quintà pero que es, en realidad, un gran fresco sobre el poder del expresident.
Ahora surgirán sus últimas palabras, las que ha compartido con el periodista y escritor Vicenç Villatoro, un nacionalista de primera hora, pero que ha mantenido puentes y que, como Pujol, entiende que los errores cometidos han sido enormes.
Está por ver la influencia que todavía mantenga Pujol en la mayoría de dirigentes independentistas, que siguen siendo incapaces de formar un Govern. Pero Pujol, a pesar de todo lo ocurrido, mantiene el ascendente de una parte importante de ciudadanos catalanes que siguen pensando que lo más importante es “ser”, y que la identidad catalana no se puede perder, al margen de las mejoras materiales o de las crisis económicas que, de forma cíclica, puedan aparecer.
Para muchos Pujol vuelve para reincidir en todas sus mentiras, para seguir marcando un terreno de juego que les ha excluido, como ha relatado de forma magistral Iván Teruel, nieto de inmigrantes andaluces y extremeños, en el libro ¿Somos el fracaso de Cataluña? Teruel nació en 1980, justo cuando Pujol ganó sus primeras elecciones. Es hijo del pujolismo y se revuelve ahora, porque el procés ha despertado muchas conciencias. Ese error, el cometido por el hijo político de Pujol, Artur Mas, nunca lo hubiera cometido el viejo president. Porque sabía, precisamente, que muchos Iván Teruel podían alzar su voz, como ha ocurrido.