¿Por qué el nombre de Fernando Savater? Hay toda una generación que ha mostrado su respeto y su veneración por un intelectual que ha sabido y ha querido alzar la voz en los momentos más difíciles, cuando era acosado por ETA en el País Vasco. Seguramente, y es comprensible, aquella experiencia le ha marcado para siempre. Savater, junto con Javier Pradera, fue capaz de sacar adelante una de las mejores publicaciones que ha tenido este país en los últimos 40 años. En 1990, con el respaldo de PRISA, el tándem Savater-Pradera --como directores de la publicación-- impulsaban CLAVES de Razón Práctica, que exhibía la mejor reflexión sobre derecho constitucional, ciencia política, historia, literatura y ciencia, y otras disciplinas. Muchos jóvenes de aquel momento esperábamos cada mes la publicación con ansiedad. Y justo hace unas semanas rescaté, para un artículo --de los más de 60 números que conservo--, un ejemplar de marzo de 1991, con un estupendo trabajo de Mario Vargas Llosa sobre Karl Popper y su tiempo. Yo buscaba, porque recordaba que se había publicado en los primeros números, un artículo sobre Turgueniev en su tristeza, que firmaba Javier Marías. Y ahí estaba, donde explica lo que ha desarrollado con maestría Orlando Figes, muchos años después, en Los Europeos, partiendo de aquella relación del escritor ruso con la cantante Pauline Viardot y su marido.
Savater ha acompañado a esa generación que quería saber, que admiraba su posición ética y su defensa de la democracia. Ahora Savater, al margen de sus apoyos políticos a UPyD primero, y a Ciudadanos después, señala que votará a Isabel Díaz Ayuso. Cada uno tendrá su opinión sobre esa opción. Lo que cuenta es el argumento de Savater, la capacidad que cada ciudadano tenga para colocarse en sus zapatos, para entender qué ha pasado en España en los últimos diez años. ¿Es Savater alguien que ha perdido el juicio, alguien que siempre puso por delante algunos principios basados en la unidad de España, por ejemplo? ¿Quién ha cambiado?
La reflexión es realmente oportuna, porque la polarización existente amenaza con romper todos los grandes consensos que se habían alcanzado y que lograron que España sacara la cabeza, que fuera un país moderno, con una democracia vigorosa y con una sociedad creativa. La España de Almodóvar, la España a la que se rendía homenaje en el Centro Pompidou de París, por su creación artística y cinematográfica, no se puede hundir ahora por los gritos de Vox, el victimismo de Podemos o las excusas del independentismo catalán.
La derecha española es cierto que tiene un problema y es que, fuera del poder, siempre considera que los gobiernos que tiene delante no son legítimos o no son “lo españoles” que debieran ser. Y lo hace por las propias características del sistema político español, en el que los partidos nacionalistas catalanes y vascos han tenido un papel enorme para asegurar la gobernabilidad del Estado. Pero éstos han apoyado a gobiernos del PSOE, y también a gobiernos del PP. Sin embargo, hubo un punto de inflexión, que ha sido el movimiento brusco, unilateral y todavía incomprensible, que ha protagonizado el nacionalismo catalán, que muta en independentismo a partir de 2012.
Eso, en el tiempo, ha coincidido con el fin de ETA y con la adaptación a los nuevos tiempos de Bildu, un conglomerado de partidos --entre ellos la Izquierda Unida del País Vasco-- que no es la herencia de Batasuna, pero que integra a exmiembros de Batasuna. Y en ese lapso ocurrió lo que Savater denuncia: la moción de censura en la que Pedro Sánchez logró la presidencia del Gobierno con el apoyo de todos esos partidos nacionalistas a los que se había combatido, en 2018.
Ese es el punto de ruptura lo que hace que Savater no pueda ver a Sánchez, lo que ha logrado que muchos intelectuales, periodistas y políticos crean --con argumentos, y en principio con buena fe-- que Sánchez es un peligro real para España, y que crean que Vox es un mal menor, que es, en realidad, una reacción ante una doble polarización: el ascenso de un partido como Podemos, “que ha crecido de la mugre”, en palabras de Savater, en una entrevista en 2019 en El Independiente y la irrupción del independentismo de Puigdemont.
Lo ha explicado Ramón González Férriz, uno de los mejores ensayistas que hay en España, en El fracaso de una (re) generación, donde explica cómo un grupo de intelectuales, periodistas y políticos se disgregó, mostrando sus graves diferencias, justo cuando se produjo esa moción de censura. Tenían intereses comunes, buscaban reformas que mejoraran la democracia española y se separaron --tras formar un grupo con encuentros periódicos-- cuando Pedro Sánchez optó por tejer esas alianzas con la izquierda alternativa y con los independentistas para buscar una salida a lo que representaba el PP de Mariano Rajoy. ¿Se equivocó Sánchez al no esperar que Rajoy convocara las elecciones? Ese grupo confíó, posteriormente, en que el PSOE y Ciudadanos pudieran sacar adelante una tercera España, modernizadora y reformista, que no pudo ser por el personalismo de Albert Rivera (algún día deberá responsabilizarse de ese mayúsculo error).
La respuesta a esa pregunta sobre Sánchez aportará la luz que necesitamos para evitar que la actual polarización no vaya a más. Pero cada uno debería, en todo caso, aceptar su responsabilidad. Y la mayor sigue siendo la del independentismo, que no es consciente de lo que ha levantado en España. No ha rectificado, todavía, su posición de forma clara. Pero ya no respecto a los ciudadanos que no compartían su proyecto, sino ante su propia parroquia. A ellos les debe una explicación, para decirles que no les volverán a engañar.
Lo que fue, en realidad, una lucha por el poder y por la hegemonía, se transformó en un problema político de enorme envergadura para toda España. Justo cuando el PP y el PSOE tuvieron claro, con algunas diferencias, que se debía establecer un acuerdo de Estado ante ese desafío, llegó esa moción de censura, que contó, además --como ha pasado con el presupuesto para 2021-- con los votos de Bildu.
¿Todo eso es ahora superable? Lo es, pero siempre que se dejen al margen los sectarismos. La posición de Savater choca, porque Díaz Ayuso ha sido la primera que ha buscado esa confrontación, con disyuntivas absurdas, como ese latiguillo entre libertad o comunismo. Pero también choca lo que pretende ahora exhibir Pablo Iglesias, con esa idea de “democracia o fascismo”. Ni hay comunistas ni hay fascistas, como problema indisoluble en España, como ha sostenido Javier Cercas.
La verdad sobre el caso de Fernando Savater radica en que también se ha llegado a personalizarlo todo, y la figura de Pedro Sánchez ha logrado, por diversas razones, una enorme animadversión. Pero intentemos ponderarlo todo: la derecha también lo hizo con Rodríguez Zapatero. ¿Es que todos los líderes que puedan surgir del PSOE serán, por definición, enemigos de España?
Eso también lo debería reflexionar Savater y toda la derecha. Y el independentismo podría asumir de una vez que España no es ya el monstruo que quiere hacer emerger: ese franquismo escondido que se asoma ahora, ni la izquierda española es cómplice del fascismo por haber condenado --el PSOE, que no Podemos-- el levantamiento secesionista. Sepamos diferenciar. Y una buena forma de hacerlo es reflexionar sobre el caso de Fernando Savater, que dice que votará a Ayuso. Recordemos: el director de CLAVES de Razón Práctica.