Nada sucederá en la política catalana hasta que la Comunidad de Madrid celebre sus elecciones autonómicas y determine quiénes serán los gobernantes. Quiénes y con qué proporciones y correlación de fuerzas, cuestión que conforma la segunda incógnita de unos comicios inesperados y que la agitación política española ha puesto sobre la mesa de manera sorpresiva.
Para preguntarse qué relación guarda la llamada a las urnas del 4 de mayo con lo que se debate y negocia en Barcelona conviene tener en cuenta algunas cosas: el PSC, por ejemplo, no adoptará una posición definitiva sobre la política catalana hasta que se conozca qué pasa en la capital de España. Salvador Illa y una parte de su equipo estudiaron la posibilidad de sorprender en el Parlamento catalán con un apoyo indirecto a la investidura de Pere Aragonès que dejara a sus socios en la cuneta con una abstención o hasta un voto favorable a su candidatura para ser investido presidente. Era una jugada para moderar el independentismo y desarmarlo desde su propia división. Congelaron la decisión para no perjudicar las opciones de Ángel Gabilondo. Prefieren no jugársela ante la eventual reacción de los conservadores mesetarios a lo que se hubiera considerado una entrega al independentismo.
Los socialistas llegan a la pugna con Isabel Díaz Ayuso en inferioridad de condiciones. Cualquier elemento distorsionador del contencioso catalán afectaría las posibilidades electorales del PSOE en una autonomía que se le resiste desde hace años.
Hasta los nacionalistas de ERC y de Junts per Catalunya prefieren que se despeje la ecuación madrileña, que hoy es la principal incógnita de la política española. Resulta paradójico que quienes abogan por la emancipación política y administrativa estén tan pendientes de si el PP consolida sus posiciones en su principal feudo actual. Lo cierto es que también los dos partidos nacionalistas están vinculados a esa campaña, que ralentiza una eventual gestión de los indultos de los condenados por el procés o hace inviable el avance de cualquier negociación en la llamada mesa de diálogo entre Gobierno central y Ejecutivo autonómico.
Lo que ocurra en Madrid es, por tanto, crucial para conocer cómo evolucionará la política catalana. Y el independentismo es el más interesado en que los partidos de izquierda (PSOE, Más Madrid y Podemos) logren un resultado que ponga difícil la gobernación al PP de Ayuso. Lo cierto es que si se confirman las encuestas y el PP gobierna con el apoyo de Vox en Madrid los catalanes defensores de la independencia volverán a retroceder en apoyos externos, lo que hará más longeva la aproximación a sus objetivos finales. ERC, con más diputados en el Congreso, dispone de mayor fuerza negociadora autonomista con Pedro Sánchez. JxCat, sin embargo, puede convertirse en residual si no dispone de la Generalitat como palanca de presión. Por si todo ello fuera poco, Ayuso y los suyos han demostrado que no tienen el más mínimo recato en disputar, no siempre con espíritu leal, la hegemonía económica, social y hasta política española a la siempre vanguardista comunidad catalana.
En ese marco, ¿es factible algún avance de la política catalana en términos de pactos, de investidura de presidente y de inicio real de la legislatura? La respuesta sincera es que eso resultará imposible antes de que el 4M voten los madrileños. Parecerá un contrasentido, pero lo cierto es que las miradas están más pendientes de Ayuso que de Carles Puigdemont. Otra cosa es el ruido, que hace ya demasiado tiempo constituye una sonoridad permanente y cansina con la que los catalanes nos hemos acostumbrado a vivir. La oímos, pero no siempre la escuchamos.