Llevamos ya 10 días de movilizaciones (y casi otros tantos de disturbios) en las calles de Barcelona y otros puntos en supuesta defensa de la libertad de expresión tras el encarcelamiento del irrespetuoso Pablo Hasél (podemos debatir sobre si debe ir a la cárcel o requiere de otro tipo de tratamiento). Por fortuna, la tensión ha ido a menos, en cuanto los más guais y listos se han dado por satisfechos con el robo de zapatillas, camisetas y bolsos de lujo sin mayor esfuerzo.
La realidad está muy distorsionada en algunas cabezas. Hay corrupción y nadie se queja. El procés es una farsa y una herramienta de empobrecimiento y división, pero nadie dice nada. Eso sí, los mossos detienen al rapero maleducado (con antecedentes de agresiones y enaltecimiento del terrorismo; un referente) y los iluminados de siempre salen en masa por él y, algunos, empiezan a destrozarlo todo. Preso por cantar lo que piensa, dicen.
Esto de defender los insultos y las amenazas como libertad de expresión estaría muy bien… si estos indignados la defendieran siempre. Pero no salen a la calle, en cambio, cuando los partidos constitucionalistas o medios como Crónica Global y El Periódico son atacados, vandalizados. En qué mundo vivimos en el que se justifican los agravios de un don nadie en lugar de llevarnos las manos a la cabeza por quienes normalizan la mala educación. Todo el sentido que pudiera tener su mensaje se pierde con las formas.
Por eso, una buena educación --y la consiguiente apertura de mente-- es lo que hace falta para poder defender la libertad de expresión. No solo en casa; también en la escuela, por lo que urge un pacto de Estado por el modelo educativo. Por el contrario, los insultos manchan esa libertad de expresión. Y qué decir de los disturbios, que algunos entienden por el supuesto hartazgo de una juventud que solo ha vivido en crisis (aunque no le ha faltado de nada), sin futuro aparente, cuando lo único que reflejan es de qué calaña están hechos estos ultras y su torpeza intelectual. Las excusas son para los perdedores.
La gente que realmente lo está pasando mal raramente sale a quemar contenedores. Ni siquiera a robar una manzana ni mucho menos okupar una vivienda. Esta es siempre la última y desesperada opción. Por el contrario, los radicales que desvalijan comercios en el paseo de Gràcia son otro tipo de personas, esas que han nacido en la abundancia, con la posibilidad de tenerlo todo a golpe de clic. Y, si realmente están desesperados por su futuro, deben ser creativos. Buscar la oportunidad en la dificultad. Pero para eso tendrían que pensar, y recibir una educación que les permita ver más allá del rebaño.
El otro debate se centra en la actuación de los mossos. Es cierto que podría ser más eficaz y menos lesiva. Tal vez una opción es que todo el que rompa o robe algo lo pague. A más de uno se le acababan las ganas de destrozar cosas. Y eso incluye a los vándalos y a ciudadanos de todo tipo y condición, sin importar su profesión. Porque lo que casi todo el mundo comparte es que duele mucho que te toquen el bolsillo. Eso sí, siempre podrán poner música a sus exabruptos y su violencia para justificar sus actos.