Murió Maradona, y de los grandes ya solo queda Pelé (con el permiso de Beckenbauer). Los mejores futbolistas del siglo XX se van apagando. En los últimos tiempos hemos despedido a Puskas, Di Stéfano y Cruyff. Y un día, dentro de mucho tiempo, llegará el momento de las generaciones actuales: Messi, Ronaldo (los dos), Zidane, Iniesta, Xavi… Ninguno como el Pelusa, ni dentro ni fuera del campo. Hay que ver al Diego como reflejo de la sociedad. Como el equilibrio personificado del bien y del mal.
Maradona era el yin y el yang. La genialidad y el caos. Como la vida misma, pero con unas energías llevadas al extremo y concentradas en un cuerpo de 1,65 metros. Nada fácil. Era el hombre elevado a deidad (con una iglesia propia y miles de fieles que le veneran) por su capacidad innata de jugar al fútbol, pero que se empeñaba en bajar (o las malas compañías le empujaban) a los infiernos cuando no había balón de por medio. Los excesos eran su modo de vivir. Pasó de la pobreza extrema al cielo, y esta situación debe ser muy complicada de gestionar si, además, estás mal rodeado.
La figura de Maradona, a pesar de todo, es un buen reflejo de la sociedad. Porque los humanos conservamos instintos muy primarios. Nos mueven las pasiones. Y el fútbol es una de ellas. No se entiende de otro modo que la muerte del 10 tenga tanta o más repercusión en el mundo que el deceso de un jefe de Estado. ¡Casi eclipsa al Covid-19! Escapa a toda lógica racional. Pero lo mismo ocurre con la política. Las personas se mueven casi más por una cuestión de fe que por otros motivos. Y así estamos, encallados, enfrentados. El procés es un ejemplo de ello, pero el Congreso no se queda corto (y no es una cuestión que solo afecte a España).
La diferencia entre Maradona y nuestros políticos es que él era un fenómeno en su profesión, que era un líder en el campo, que siempre encontraba soluciones y decía lo que pensaba, sin importarle lo que opinaran de él. Es más, se enfrentaba al poder establecido. Justo lo contrario de lo que sucede en el campo de la gestión pública, en el que parece que prima el engaño. Las palabras pierden su valor con el único objetivo de ganar votos, pero destruyendo al contrario, más que construyendo. Polarización, contradicciones y demagogia en estado puro, como la petición de acabar con el dumping fiscal de Madrid. ¡Ah!, pero sus salarios no se tocan, sino al contrario: cuelan una subida de sus sueldos en mitad de la pandemia. Si no estás conmigo es que estás contra mí. Divide y vencerás.
Pues el Diego, con su rebeldía y su genialidad, yendo de frente, unió a todo un país y, también, a todos los aficionados del fútbol. Y demostró que, a pesar de todos los pesares, de sus escándalos con las drogas (en cuanto se confirmó su fallecimiento se dispararon las lecturas de noticias sobre sus excesos, sus supuestas peleas familiares y sus hijos), siempre lo bueno se impone sobre lo malo. Porque, a estas alturas, nadie le cuestiona a Maradona su mala vida, no. De él quedarán sus jugadas, sus milagros, su mano de Dios, aunque llevaba más de dos décadas retirado. Dos décadas de polémicas extradeportivas, muy gordas en algunos casos, pero que su talento y todas las alegrías que nos deja se encargarán de enterrar en el cajón de las cuestiones menores. Murió él, pero dio vida a muchísimas personas.