Hace meses, el primer secretario de los socialistas catalanes se hizo imprimir unas chapas de fondo rojo con la inscripción: “Lo que diga Salvador”. Según explicaba el propio Iceta, las regalaba a quienes le hacían preguntas sobre cuestiones relativas al PSC y era una forma de marcar los diferentes papeles que él y su segundo, el secretario de organización y hoy ministro de Sanidad, Salvador Illa, cumplían en el partido.

Miquel Iceta es un político curtido, buen orador, hábil estratega, pero de controvertida percepción por parte de la opinión pública catalana. Joaquim Coll, historiador y fino analista barcelonés, publicaba recientemente un artículo en este medio en el que abundaba sobre las consecuencias negativas que tiene para el PSC ese perfil entre frívolo e insustancial con el que Iceta se ha vestido en ocasiones. Se interrogaba si se trataba de tibieza o de desidia. Unido a la desaparición del líder de los socialistas catalanes de la primera línea de la oposición al Govern independentista durante la pandemia y a la asunción resignada de que en estos momentos es casi imposible ganar unas elecciones al soberanismo, las dos almas de los socialistas catalanes han aflorado de nuevo.

Es cierto que la parte catalanista (o nacionalista moderada, según otras calificaciones) está más disminuida desde que Marina Geli, Joan Ignasi Elena, Antoni Castells, Montserrat Tura, Ernest Maragall, etcétera, abandonaron la organización. De hecho, Iceta es desde el posibilismo el último valedor de esas tesis condescendientes con los soberanistas. Lo ejemplifica con un símil: dice que el PSC es hoy el orfanato de la política catalana. Espera acoger en su seno algunas de las formaciones catalanistas que buscan espacio electoral y recuperar no solo los votos de Ciudadanos de 2017, sino también de antiguos convergentes hartos de la división provocada y del estrepitoso fracaso del independentismo y sus consecuencias económicas y sociales.

Salvador Illa no es nacionalista, es un tecnócrata en estado químicamente puro. Lo demostró durante su paso por el municipalismo al ejercer de alcalde de su pueblo vallesano, pero también en otros cargos políticos que ejerció en la Administración. Pertenece al PSC más cercano al PSOE, pero es un creyente: en Dios y en el modelo federal de su partido. Defiende la independencia de la organización frente a Ferraz, más ahora que él ejerce como el catalán incrustado en el Gobierno español y como responsable de la estrategia negociadora frente al independentismo.

Por esas razones conviene leer con atención, e incluso entre líneas, las manifestaciones que Illa realiza hoy en la entrevista concedida a Crónica Global. Gestión, gestión y gestión. Esa es la receta con la que aspira a resolver la situación de tensión política subyacente en Cataluña desde hace años. Hay que resolver los problemas de los ciudadanos en vez de crearlos, viene a decir. Y con esa tesis mata de pasada las polémicas sobre la cuestión lingüística, la gestión sanitaria de la Generalitat y cualquier otra controversia que flote en el ambiente.

El modo de ejercer la política de Illa es calmo. Puede citar a Josep Tarradellas para dar carpetazo al uso escolar del castellano, hablar de los indultos a los políticos encarcelados o cómo se reforma el delito de sedición. “En Cataluña –sentencia– hay que seguir apostando por una agenda del reencuentro”. Poca ideología y mucha actuación, justo lo contrario de lo sucedido en los últimos años, son su divisa.

Illa es el líder del socialismo catalán que viene. Eva Granados constituye un lujo en el banquillo, pero duda demasiado sobre su voluntad de exhibición pública y le erosiona ser una exponente desacomplejada del alma más obrera y española del PSC. Algo que se compadece solo regular con la voluntad actual de los dirigentes del partido de dar cabida electoral a antiguos moradores del catalanismo que quedaron huérfanos de la histórica Convergència i Unió, poseen dudas sobre la fiabilidad de ERC y viven horrorizados con las esperpénticas actuaciones diseñadas desde Waterloo.

Pese al annus horribilis que Illa ha vivido como ministro de Sanidad, puede quedar reforzado. Se revalorizan sus activos políticos y se desacompleja en sus cualidades parlamentarias. Ha decidido que las próximas elecciones autonómicas son prematuras todavía para que Iceta abandone y se retire a los cuarteles de invierno. Ni interesa electoralmente en Barcelona ni en el Madrid que dominan Iván Redondo y Pedro Sánchez. En ese contexto, en un ejercicio realista de política ficción, el centro izquierda de Cataluña del futuro tiene asignado hoy el nombre del ministro. Se ha convertido en la gran esperanza blanca de su partido para recuperar cierta hegemonía perdida. Iceta, sea cual sea el resultado electoral en las autonómicas, seguirá fiel al espíritu acuñado en la chapa que regalaba a sus próximos: “Lo que diga Salvador”.

 

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