La rapidez con la que se expande el coronavirus estos días propicia que se debatan y apliquen nuevas restricciones. El objetivo es el de siempre, frenar los contagios. Los sanitarios explican que estamos de nuevo frente a una semana dura, con los laboratorios al límite por el número de muestras in crescendo que hay que analizar y con una realidad que preocupa. Ya hay menos altas que ingresos en los hospitales, por lo que se teme un nuevo colapso.
Más allá de protestar por la falta de previsión en reforzar de verdad la red sanitaria que nos brindó la experiencia de la primera ola (¿era necesario mantener plantas de hospitales cerradas o ser tan lento al reforzar el personal?), se ha llegado a la pantalla del toque de queda. Evitar la concentración de personas en la calle de noche es la medida estrella actual de los gobiernos.
Los expertos avisan de que será tan efectiva como cualquier otra iniciativa que limite la interacción social y reconocen que frenará los encuentros de jóvenes, tan dados al botellón. Las cifras son tozudas y en este entorno es más fácil que se den contagios porque se relajan las medidas de prevención. Básicamente, el llevar puesta una mascarilla. Ocurre algo similar con las reuniones familiares o de amigos, que por ahora solo se recomienda evitar siempre que sea posible.
El reto de los Ejecutivos es el de fomentar que la ciudadanía se autoconfine. Será bueno para frenar el coronavirus pero, ¿alguien piensa de verdad en las otras consecuencias de estos encierros? ¿Estamos listos como sociedad para perder de nuevo el contacto entre nosotros después de la pasada primavera? Si nos quedamos en casa evitamos los contagios, pero ¿nos recuperaremos del resto de perjuicios?
A los gobiernos les ha tocado el difícil papel de ser garantes del complejo equilibrio que resulta de frenar el Covid sin dañar demasiado la economía y con las mínimas heridas sociales posibles. Esta semana también hemos visto algo inaudito en España, una rectificación en toda regla del Gobierno catalán. En menos de 24 horas pasó de dejar claro que no iban a pedir el estado de alarma y que la Generalitat requería de mecanismos que le habilitaran a fijar el toque de queda sin pasar por Moncloa a sumarse a las autonomías que reclamaban su activación. Pedro Sánchez les había traspasado la presión de hacerlo y respondieron.
A pesar de la confusión sobre a qué hora se fijará y de reivindicar lo descentralizado que debe ser el nuevo estado de alarma, está bien que el sentido común se imponga en Cataluña ante el cuadro actual. Otros territorios, como la Comunidad de Madrid, están peor desde el punto de vista sanitario y se resisten por ahora a dar un paso sensato mientras siguen con sus batallas políticas.
Mal escenario ante el nuevo reto que se nos presenta. El desafío que supone gestionar la inyección económica que llega de Bruselas para la reconstrucción. Nunca antes España había recibido 72.000 millones de la Comisión en tres años. Este dinero se deberá distribuir en proyectos concretos cuya ejecución se debe justificar ante la Unión Europea. Fallar por enésima vez en esta pandemia no sería de recibo. No hay margen para un tiro en el pie.