En todos los países, tanto gobernantes como técnicos han cometido errores en la lucha contra el coronavirus. La velocidad a que se producen los acontecimientos y su retransmisión en directo han sobredimensionado esas equivocaciones, subrayando las contradicciones de unos y otros.
Es difícil que en episodios parecidos de la historia las meteduras de pata y las rectificaciones hayan sido menores. Pese a la cascada de críticas que vemos cada día, más bien habrá sido al contrario.
Una situación tan estresante como esta pone a prueba a quienes están en primera línea. Los más débiles tratan de escurrir el bulto para evitar el bochorno, lo que evidencia aún más su falta de preparación. Isabel Díaz Ayuso es una fiel exponente de este tipo de político, un personaje que si antes apenas podía disimular lo grande que le viene el traje, ahora el Covid-19 ha terminado por machacarla.
Alguien deberá explicar algún día por qué el presidente del Gobierno se prestó al teatrillo del lunes en la Puerta del Sol. Es probable que piense, como Ayuso, que los extranjeros confunden Madrid con España y que el peso de esa identificación le haya llevado a someterse al sainete escrito por Miguel Ángel Rodríguez, con entrevista en el Telediario de TVE incluida.
Si en el caso de la madrileña es su incapacidad lo que insulta la inteligencia de Madrid –y de toda España, si tenemos que hacerle caso--, en el de Quim Torra es la mala fe y el deseo de sembrar cizaña lo que debería enrojecer de vergüenza a quien haya votado una lista electoral que incluyera su nombre.
Apenas 24 horas después de insultar al presidente del Gobierno, Torra instaba a los catalanes a no viajar a Madrid. Lo decía quien cuatro días antes se había paseado por la capital para dar un mitin: primero en el Tribunal Supremo, donde no había sido convocado y tuvo que sentarse entre el público; y después en la delegación madrileña de la Generalitat. Lo hizo, además, acompañado de una veintena de personas.
El Govern que dirige el propio Torra ha hecho una campaña turística este verano invitando al resto de los españoles –madrileños incluidos-- a visitar destinos catalanes, y luego él insta a los catalanes a no viajar a Madrid.
Hace exactamente dos meses, Jean Castex, el primer ministro francés, aconsejó a sus compatriotas que no se desplazaran a Cataluña por la situación del Segrià, Figueres y algunos puntos de Barcelona. El Consell Executiu en pleno se llevó las manos a la cabeza por lo que consideraba una recomendación injusta, sobre todo viniendo de quien los nacionalistas catalanes habían señalado como amigo de la causa secesionista.
¿Qué busca Torra con este tipo de exabruptos que apelan a lo peor de las personas? ¿Esta es la confrontación inteligente a la que se refiere Carles Puigdemont?
Atizar fanáticamente lo que nos separa es una locura. Es difícil entender que en ciertos medios de comunicación se le baile el agua cuando falta al presidente del Gobierno o cuando hace campaña grosera contra un territorio español. Una campaña, por cierto, tan ingenua como insustancial. Con la que está cayendo, ¿a quién se le va a ocurrir viajar a Madrid si puede evitarlo? Pero él tiene que verbalizarlo para que se vea lo duro que es con el enemigo.