La ANC, tradicional organizadora de las últimas convocatorias de la Diada, más precisamente desde que el 11S se convirtió en un aquelarre independentista, ha convocado este año movilizaciones en torno a instituciones que desde su punto de vista encarnan a España en Cataluña.
Curiosamente, la Universitat de Barcelona (UB) figura entre los objetivos de los separatistas. Según su proclama, la UB debe ser asediada, como la UAB, porque su rectorado es “unionista”, un adjetivo con el que se les señala como antidemócratas, básicamente porque no apoyan el derecho a decidir, un concepto que entre esta gente consiste en votar el fraccionamiento de España, aunque la Constitución no lo contemple.
Y digo curiosamente porque la presidenta de la ANC, Elisenda Paluzie, es catedrática de la UB y como tal cobra cada mes su nómina. No ha renunciado a ella, no. Sigue viviendo del Estado (español), pero convoca un escrache en torno a la universidad para hacer la vida imposible a aquellos de sus compañeros docentes que no piensan como ella.
No es nada extraño. El movimiento nacional catalán quiere llevar a las universidades que aún no ha colonizado --el escrache excluye a la UPF, por ejemplo--, una sensación de incomodidad semejante a la que hasta ahora ha aplicado en otras esferas de la vida cotidiana en Cataluña, como entre el funcionariado, el profesorado y todos aquellos colectivos y ámbitos a los que ha sometido. El eslogan implícito de los activistas es: "Los desafectos serán repudiados y expulsados". (Franco iba un poco más allá y los desterraba; pero si los consideraba muy peligrosos, los enviaba a la trena).
Los más ingenuos y apasionados del movimiento nacional catalán han crujido de lo lindo a la señora Paluzie en las últimas horas porque entienden que el escrache se debe hacer ante el Parlament para forzar a JxCat, ERC y la CUP a tirar pel dret y hacer una DUI. Pero claro, como los incendiarios de Twitter son anónimos, cualquiera se fía de ellos: en el momento del apretón podrían estar en la playa dando cuenta de un pepito de ternera, móvil en mano, mientras cuatro pringaos se las ven con los mossos. Lo que toca ahora es incordiar a todo lo que suene a España, sin asumir riesgos. Y sin complicarse la vida trabajando, por supuesto.
Pedro Sánchez no estará a la altura en muchas cosas, pero es evidente que a veces reacciona con habilidad. Todos los partidos del arco parlamentario, incluido el socio de Unidas Podemos, pusieron precio al apoyo del estado de alarma. Cuando el mando único volvió a las autonomías --que, por cierto, nunca dejaron de tener las competencias-- muchas de ellas, incluida la socialista Aragón, han pedido a Madrid que se moje. Y ahora lo hace: reclamad el estado de alarma territorial y lo tendréis para hacer lo que consideréis oportuno, ha dicho el presidente del Gobierno.
La Generalitat ya ha contestado: ni mucho menos. No quiere asumir el mando que continuamente reclama. Quiere echar a España de Cataluña, pero en la propaganda, de boquilla, con sordina; desea mantener vivo el conflicto porque vive de él. Los partidos que en este momento la ocupan no tienen capacidad ni valor para asumir la gestión integral del territorio; mucho menos con un conflicto como el actual. La jugada de Sánchez les ha puesto frente al espejo. De trabajar, nada; y de asumir riesgos, menos. El figureo pagado por el Estado (español) es lo suyo.