Nissan se va. Es la guinda de una semana realmente interesante en la que, además del desbarajuste de las cifras del coronavirus, hay que mencionar un nuevo incendio, ahora con la Guardia Civil (broncas en el Congreso aparte). En efecto, el adiós de la automovilística, como el elevado número de muertos en Cataluña por Covid-19, es culpa de Madrid. O eso se empieza a deslizar en ciertos sectores del independentismo, en especial los cercanos al prófugo Carles Puigdemont. Con la independencia, seguramente los japoneses no solo se hubieran quedado, sino que hubieran ampliado la producción.

El sultán de Waterloo poco ha tardado en afear al presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, que a finales de enero confirmó que el empleo de la factoría de Nissan en Barcelona estaba asegurado. El problema de Puigdemont es que no entiende a Sánchez; el líder del Ejecutivo acostumbra a hacer lo contrario de lo que dice. Sabiendo esto, la comunicación fluirá. Por lo tanto, cuando sugiere que “negociará” con el independentismo…

Asimismo, el hombre de la DUI interruptus dice que si Sánchez hubiera puesto el mismo empeño en salvar Nissan que el que puso en “combatir” el 1-O, otro gallo cantaría. A mí me parece que sería al revés; si hubiera puesto el mismo empeño en el octubre del 2017 (como oposición) que el que ha puesto para salvar Nissan (como presidente), no se hubiera celebrado el referéndum ilegal. Visto el desenlace, seguro que se pudo hacer más (o distinto), aunque es cierto que el Gobierno propuso alternativas hasta casi el final. En cambio, la Generalitat poco ha hecho más que culpar a Madrid del desastre. Con todo, el lío dentro de Nissan es tal que han perdido el norte y parecía complicado otro final. Tampoco la guerra europea al diésel ha beneficiado en la toma de la fatal decisión.

Uno de los alumnos aventajados de Puigdemont es el adulador Aleix Sarri, que guarda entre sus perlas que el castellano es “una lengua impuesta con violencia”. En su caso sostiene que “la economía catalana y sus trabajadores no tienen un Estado que los defienda” y que “es un desastre que el Govern no tenga soberanía fiscal [¡menos mal!] para paliar la situación” de Nissan. Echa la culpa al centralismo “nefasto de PSOE y Podemos” (porque está demostrado que el estado de las autonomías es un éxito sin precedentes, sobre todo cuando vienen mal dadas).

Pero en esto de soltar barbaridades no están solos. En ámbito más local, Barcelona ha emprendido una cuestionable guerra contra el coche que tampoco ayuda en los tiempos que corren. La iniciativa estaría muy bien si todos los conductores (con ayudas de la Administración o sin ellas) pudiesen comprarse vehículos no contaminantes o tuvieran mejores alternativas de transporte. Pero no es el caso, por lo que las palabras, por ejemplo, de la número dos de Ada Colau, Janet Sanz, sobre impedir la reactivación de la industria del automóvil le vuelven ahora al consistorio cual bumerán. Eso sí, nadie se hace responsable ni de sus declaraciones ni de sus actos. No importa el ámbito: municipal, autonómico y estatal funcionan igual en este asunto.

Cuando alguien mete la pata en política tiene dos salidas recurrentes. Una pasa por encender el ventilador para que el asunto salpique a cuantos más mejor. Otra consiste en lamentarse a posteriori de lo mal hechas que están las cosas, decir que ya se veía venir y aprovechar para comentar que es el momento de cambiar las cosas. Es decir, tarde. Ambas están ocurriendo en el caso de Nissan. Y hay una tercera que también se está dando: la unión, la colaboración para arreglar esta crisis dentro de la crisis. Sánchez y el president Torra ya han hablado por teléfono para que Gobierno y Govern se pongan manos a la obra a fin de resolver este problemón. Y ya no solo por la situación de los 3.000 empleados de Nissan, sino también por los 20.000 empleos que dependen de las factorías catalanas de manera indirecta y que se van a quedar con una mano delante y otra detrás si se confirma el cierre y no hay un plan b para las plantas que ocupa la firma nipona. ¿Será el adiós de la automovilística el inicio de la vuelta de las relaciones cordiales y fructíferas entre administraciones? Ojalá.

En todo caso, suerte tenemos en Cataluña de que el procés, con todo el dolor y las pérdidas que ha generado, no pasó de un pulso al Estado. Y suerte tienen los independentistas también. ¿Cómo explicarían que su tierra prometida perdiese una firma tan notable como Nissan? ¿Que tal vez no somos tan apetecibles para los inversores? En el mejor de los casos nos dejarían sin el prometido helado de postre.