Mientras Renault, Nissan y Mitsubishi se reparten el mundo, los independentistas abundan en su insignificancia. Nulo papel en la gestión para salvar la planta de la Zona Franca. ¿De qué ha servido tanta embajada intercontinental, tanta ínfula de Estado, tanta propaganda diplomática? Es una pregunta tan retórica como el discurso procesista que ha llevado a Cataluña a una situación de degradación absoluta. No se podía esperar otra cosa de un Govern que ha puesto todos los huevos en el cesto secesionista y su mirada, en un retrovisor histórico que le ha llevado a colisionar con la realidad. Esto es, con un presente y un futuro que exige menos populismo y más efectividad. Menos demagogia y más pragmatismo.
Cataluña no puede combatir sola contra la globalización, pero eso es algo que ni Carles Puigdemont antes ni Quim Torra ahora han admitido nunca. “El món ens mira”, era el lema del secesionismo más feroz, el que abrazaba unilateralidades marginales que, con el paso del tiempo, han hecho abjurar a políticos y tertulianos. Los cinco minutos de gloria independentista serán un pie de página en los anales periodísticos, pero la mala gestión de este Govern sí se ha ganado un lugar en la historia. Sobre todo en la mente de muchos ciudadanos que ven crecer las colas del hambre y del paro, mientras Torra sigue reivindicando autodeterminación en plena crisis pandémica.
Nissan evidencia las consecuencias de una errática política industrial catalana y de soltar lastre de un Gobierno español por cuestiones identitarias, cuando crisis de este tipo exigían máxima unidad, colaboración, sinergias y, sobre todo, lealtad. La consejera de Economía, Àngels Chacón, pasaba por ser de lo mejorcito de este Ejecutivo caduco. Y parece que es la única que se atreve a toserle a su compañero de partido. Pero sea por las inercias heredadas, sea porque la mente de los consejeros está puesta ya en las elecciones catalanas --ella suena como presidenciable, como otros dirigentes de esa jaula de grillos que es Junts per Catalunya--, tampoco ha podido Chacón estar a la altura de lo que se espera de un gobierno que más allá de pactos industriales no ejecutados o presupuestos risibles en automoción, poco ha hecho por la industria catalana.
No es la primera vez que Cataluña afronta deslocalizaciones como las de Nissan. Durante el gobierno tripartito asistimos a la marcha de otras multinacionales como Sony o Yamaha, asesoradas, vean el ejercicio de perversión convergente, por los socios de Oriol Pujol en la trama de las ITV. El retrovisor que utilizan Torra y sus seguidores para mirar el pasado no repara en la historia reciente, de cuyos errores podrían aprender, solo enfoca el simbolismo y el victimismo.
El caso Nissan no tiene nada que ver con la crisis económica del Covid-19. Hace muchos años que la planta de Barcelona, a diferencia de la de Ávila, por ejemplo, languidecía. Y ni el Gobierno del PP ni la Generalitat movieron un dedo por insuflarle vida.
La combinación entre un Govern torpe y la pasividad de la alcaldesa de Barcelona, Ada Colau, partidaria de aprovechar la pandemia para finiquitar el sector de la automoción, ha sido letal. Se ha jugado con puestos de trabajo, sin ofrecer modelos alternativos. Ocurrió hace pocos meses con el cierre de las plantas de Manlleu y Montcada i Reixac de General Cable. Hacía tiempo que no se veía en el Parlament la imagen de trabajadores afectados por un Expediente de Regulación de Empleo (ERE) asistiendo a un debate político, preámbulo de lo que vendría después. Y vendrá.