Entre semanas de reclusión y días lluviosos de este abril permanente, nostalgia. Es lo que hay. Un flashback permanente a tiempos pasados en los que los problemas importantes de veras eran ocupación principal de los políticos y la sociedad civil.
Tiempos en los que cuando un desastre mayúsculo como la deslocalización, la desinversión o la crisis de una empresa se ponía sobre la mesa, todos arrimaban el hombro para impedirlo, minimizarlo o encontrar alternativas. Lo hicieron las derechas que capitaneaba Jordi Pujol cuando en los 80 y con la mochila en la espalda se fueron a Japón y a otros países asiáticos para atraer inversiones. De aquellos movimientos llegaron Sony, Panasonic, Sharp, Sanyo, Samsung, Yamaha y un buen número de compañías industriales que sentaron sus intereses en España, en especial en el área de Barcelona.
Los nacionalistas conservadores de CiU sabían de la importancia de mantener la actividad productiva en niveles elevados para, entre otros menesteres, difundir su mensaje por la vía de la prosperidad. Y si aquellos consejeros brumosos como Macià Alavedra, Josep Maria Cullell y Antoni Subirà debían arremangarse y salvar Port Aventura del desastre de KIO y Javier de la Rosa o La Maquinista (Alstom) de los killers de costes que decidían a kilómetros de distancia, pues lo hacían y santas pascuas.
Que los conservadores quisieran preservar las empresas y reunir la máxima actividad económica parece lógico. Pero las izquierdas tampoco se quedaban atrás, tenían pocos complejos. Con los gobiernos catalanes de Pasqual Maragall y de José Montilla pasó casi lo mismo. Se plantaron delante de los propietarios de la Seat y ayudaron a reconvertir la compañía y afianzarla como ningún otro gobierno había conseguido. No tuvieron consejeros de relumbrón, pero dos sindicalistas de piedra picada como Ciriaco Hidalgo y Simón Rosado fueron sus principales aliados. De hecho, tuvieron que lidiar incluso con la retirada paulatina de aquellas multinacionales asiáticas que llegaron en los 80 y que dos décadas después preferían otros emplazamientos de costes laborales más reducidos.
Hubo, en todos los casos, una preocupación por mantener lo bueno que se había construido y un trabajo conjunto y respetado de fuerzas políticas de distinto signo que, hoy, en plena crisis de Nissan, nos pone en modo añoranza.
El Gobierno de España, con sus encuestas, sus relatos con fecha de caducidad y sus integrantes salidos de los pasillos de algunas facultades de políticas observan la retirada de Nissan con una preocupante desidia. ¿Hubiera sido distinto de no mediar la crisis del Covid-19? Es posible que la despreocupación hubiera sido similar.
El Gobierno catalán tiene tantas preocupaciones con España que no le queda tiempo para mediar e intentar frenar la crisis del grupo industrial. Unos 25.000 empleos entre directos e inducidos están en riesgo y, sobre todo, Barcelona y su área perderá una compañía que permitía disponer de un clúster de automoción de alto nivel y competitividad. No se ha oído, pero que nadie se extrañe si pronto algún integrante del Ejecutivo que preside el diputado inhabilitado Quim Torra lanza un exabrupto del estilo: "El cierre de Nissan es responsabilidad de los españoles que no compran sus coches por estar fabricados en Cataluña".
El amateurismo de los dirigentes actuales es tan elevado que una concejal del Ayuntamiento de Barcelona que preside Ada Colau se despachó hace unos días con una petición para eliminar esa industria barcelonesa que fabrica vehículos que contaminan y se quedó tan pancha. El buenismo irresponsable de Janet Sanz no ha tenido en consideración que entre esos 25.000 barceloneses que perderán su empleo muchos facilitaron con su voto que ella tenga ahora un salario fijo y sin riesgo. ¿Cómo explicará a los afiliados de CCOO esas peregrinas afirmaciones? Pues nada, Sanz seguirá impartiendo esa doctrina de perfil tan juvenil como imprudente que allana el camino a los propietarios de Nissan para tomar las de Villadiego.
Cómo no vamos a sentir nostalgia de tiempos pasados, aquellos en los que lo sustantivo pasaba por delante de lo accesorio. Momentos no tan lejanos de la historia en los que cuando algo era importante de verdad, derecha, izquierda y hasta los punk se ponían las pilas. Melancolía, como la que cantaba el poeta Joan Manuel Serrat en Temps era temps, por alineaciones de gran nivel humano y profesional. ¿Dónde andarán hoy los Basora, César, Kubala, Moreno y Manchón de la política? Desaparecieron, ¿verdad?