El 25 de septiembre de 2012 --con motivo del adelanto electoral anunciado por el entonces presidente de la Generalitat, Artur Mas--, uno de los más influyentes medios digitales de corte nacionalista abrió a toda página con un contundente titular: “Últimas autonómicas”. El motivo de dicha afirmación era que auguraban que las siguientes elecciones ya se celebrarían en una Cataluña independiente o formarían parte de un proceso constituyente de un Estado catalán.
La semana pasada, Quim Torra comunicó que la legislatura estaba agotada y que en unos meses los catalanes serán llamados de nuevo a las urnas. Y, nuevamente, a unas elecciones autonómicas. Desde aquellos comicios convocados por Mas, hasta los anunciados --en diferido, eso sí-- por Torra para este año, ya sumamos tres elecciones autonómicas más (2015, 2017 y 2020). Y no hay ningún indicio que nos lleve a concluir que las de dentro de unos meses serán las últimas.
Por más que al moderado Junqueras --el que asegura que “lo que hicimos en otoño de 2017 estuvo bien hecho” y que “la lección es que lo hicimos para poder volverlo a hacer”-- se le caliente la boca cuando se le pregunta si engañaron a los catalanes prometiendo una independencia imposible --“y una mierda, y una puta mierda”--, la mentira ha sido el leitmotiv del procés.
En una Cataluña convulsa, en la que cientos de independentistas radicales prenden fuego a las calles impunemente; el Síndic de Greuges considera normal recibir dádivas de empresarios implicados en la mayor trama corrupta de la comunidad; el Govern consiente los cortes sistemáticos de calles; y los responsables penitenciarios autonómicos permiten a los presos del procés pactar entrevistas a voluntad y disfrutar de permisos pese a no mostrar arrepentimiento de sus delitos y asegurar que lo volverán hacer (alguno incluso titulando un libro con esa amenaza), la mentira es otro elemento de desestabilización que lleva a la ciudadanía a la frustración.
El miércoles pasado, la portavoz socialista en el Parlament, Eva Granados, preguntada sobre la constitución de un posible tripartito tras las próximas elecciones autonómicas, fue tajante: “El PSC no hará presidente a un independentista. Cataluña necesita reconciliación, Cataluña necesita un gobierno que mire y piense en todos los catalanes. Llevamos ocho años de gobiernos que dividen, que reparten carnets de buenos y malos catalanes. [...] Queremos trasladar un mensaje claro a la ciudadanía: la sociedad catalana está agotada de la división que han movido gobiernos independentistas a lo largo de los últimos ocho años y, por lo tanto, el PSC no va a estar nunca haciendo presidente a un candidato independentista”. Estoy convencido de que muchos constitucionalistas catalanes le toman la palabra.