El primer fruto visible de las negociaciones entre ERC y el PSOE de cara a la investidura de Pedro Sánchez ha sido la aceptación por parte de los socialistas de que en Cataluña existe un “conflicto político”. Es una victoria para los republicanos que basan su estrategia en el marketing y que se han especializado en la batalla de los conceptos, de los nombres; del relato, en definitiva.
Cataluña vivía hasta el 2012 el mejor periodo de los últimos 40 años, incluso de los últimos tres siglos. Artur Mas fue devorado por la fiera que él mismo despertó en aquel momento haciendo de aprendiz de brujo con una pócima que debía darle grandes rendimientos electorales a la vez que tapaba sus enormes errores en las medidas de ajuste que aplicó precipitadamente y de las que el país aún no se ha recuperado.
Lo que se generó desde entonces fue un conflicto entre los separatistas catalanes y el Gobierno central. La habilidad de los primeros y la torpeza del segundo han permitido la ampliación de las bases del nacionalismo, hasta los dos millones de votos, así como la movilización cada vez más agresiva de su núcleo duro.
Pero, en paralelo, los triunfos más repetidos de los nacionalistas se refieren al discurso y, por supuesto, a la terminología con que éste se construye. España fue uno de los primeros términos que desapareció del vocabulario de los nacionalistas catalanes, y fue sustituido por Estado, un vocablo adoptado en Cataluña incluso por personas no separatistas y fuera de aquí por toda clase de progres indocumentados. El último invento en este campo tiene que ver con las “acciones”, que es como los CDR y los del Tsunami Democràtic definen invariablemente sus movilizaciones, gamberradas, alborotos, escaramuzas u operaciones. Han conseguido que ahora casi todo el mundo se refiera a sus actividades como “acciones”.
Y, por supuesto, después de apoderarse de la agenda política española han conseguido llevar el lío al corazón de Europa. Con revolcón a la justicia española incluido. ¿Cómo no va a llamarse conflicto político un fenómeno que acaba de torcerle el brazo al Tribunal Supremo?
Se le puede definir así, pero sobre todo se ha de tener presente que si hemos llegado hasta aquí no ha sido únicamente por la habilidad de los nacionalistas. Este escenario sería inimaginable sin la enorme ayuda de los sucesivos gobiernos españoles, que no se lo han tomado en serio o que han sido abiertamente incompetentes. En esa línea, el PP, el único partido que tiene en su mano evitar que Sánchez pacte con ERC, lanza ahora una campaña en parlamentos autonómicos, diputaciones y ayuntamientos contra la aceptación de "conflicto político" como definición de lo que para él son meros desórdenes públicos. ¿Lo mejor que puede hacer Pablo Casado en este momento es imitar lo que hizo José María Aznar contra el Estatut de 2006?