Las caretas se caen y queda una realidad prosaica, la de siempre. Es mejor aceptarla cuanto antes para establecer un buen diagnóstico y no perder más el tiempo. Hubo una vez un partido de centro liberal que, además, decía que era nacionalista. Y hubo también un centroizquierda que se autodenominaba catalanista. Y había, y hay, una diferencia entre los distintos polos políticos que se basa en la política fiscal: más o menos impuestos, que se aplican a determinadas capas sociales; impuestos al trabajo, o a la renta del capital. Y había --parece que cada vez lo hay menos-- un consenso en la Europa que se construyó tras la Segunda Guerra Mundial, y también en Estados Unidos, y en Occidente en general, sobre lo que significa la civilización: los impuestos. Sin impuestos, no hay civilización, y todo queda al albur del más fuerte.
Y en Cataluña resulta que se quería lograr la independencia, y para ello se unieron aquellos que procedían del centroderecha nacionalista y la izquierda republicana, además de una formación como la CUP, con un ideario antisistema, pero muy intervencionista en la economía, y con aires anarquizantes. Pero cuando el Gobierno que esos grupos políticos apoyaron desde el Parlament trata de modificar algunos impuestos, resulta que aquella supuesta armonía independentista se rompe de forma abrupta, con gritos y descalificaciones de independentistas que dicen que son liberales: Pilar Rahola y Xavier Sala Martín. ¡Vaya broma! ¡Que cosas tienen los independentistas!
La primera idea, que se confunde de forma constante en Cataluña, guarda relación con el impuesto de sucesiones. Es un tributo del que se puede y se debe discutir su cuantía, las exenciones, y cómo debe afectar a cada grupo de renta y de patrimonio. Pero ningún liberal, ninguno, puede defender su supresión. Ninguno puede discutir algún cambio, siempre que se haga con criterio. ¿Por qué? Porque un liberal cree en la igualdad de oportunidades, y no hay otro impuesto que vaya en una dirección más recta que Sucesiones. ¿Que lo ganó mi padre? ¿Que lo consiguió mi madre? Perfecto. ¿Pero y yo? ¿Yo qué he hecho para heredar una cantidad respetable? ¿Sólo vale mi condición de hijo? Está claro que los patrimonios se logran a través de varias generaciones. Que es importante el esfuerzo y la transmisión familiar. Claro. Pero algo hay que pagar a la sociedad, al colectivo. Lo que no vale es gritar de forma desaforada por un aumento, pequeño, aprovechando la capacidad de actuación del Gobierno catalán en el tramo autonómico del IRPF.
Porque esa es otra. Los gobiernos catalanes se despreocuparon por completo en la vía de los ingresos. Los ejecutivos de Jordi Pujol no tenían inspectores para cobrar, precisamente, a los morosos por el impuesto de sucesiones, que Pujol nunca discutió. Pero estaba entre las atribuciones de la Generalitat. De hecho, la tienen todas las comunidades autónomas, porque es un impuesto cedido a las autonomías. Fue el primer Gobierno de izquierdas, con Pasqual Maragall y luego con José Montilla, el que reparó en ello. Y el consejero de Economía, Antoni Castells, se puso manos a la obra para contratar inspectores y hacer el seguimiento del cobro del impuesto. Eso se llama autogobierno. Eso se llama responsabilidad para ejercer el autogobierno.
Pero la reacción de Rahola y Sala Martín, y diferentes cargos de Junts per Catalunya --herederos de Convergència Democràtica-- ha resultado interesante. Se quejan de ese aumento en el tramo autonómico del IRPF para rentas mayores de 90.000 euros --es discutible, siempre se puede hacer mejor, pero ese es otro debate-- o del aumento en Sucesiones, al entender que se castiga a las clases medias. Precisamente, el Govern, que en esta medida está en manos del consejero de Economía, Pere Aragonès, no ha atendido a las clases medias catalanas, por ingresos --es el contexto de los ingresos el que marca qué es clase media en cada país-- que se sitúan entre los 16.000 y los 30.000 euros.
Ha resultado interesante porque se demuestra que el movimiento independentista ha sido una auténtica broma. Como un topo estaban los autodenominados liberales --la derecha independentista-- que buscan un Estado independiente para su particular guerra: una especie de Brexit que pudiera transformar Cataluña en un Luxemburgo del sur de Europa. Esos topos salen ahora. Cabreados porque se sube un poco el tramo autonómico del IRPF --hay que repetir que se puede discutir su efectividad, su oportunismo para lograr un acuerdo con los comuns, su impericia o lo que se quiera-- y se ataca a “las clases medias”.
¿Pero de verdad se quería zarpar hacia la independencia con semejante tropa? Y pese a ello, tomaron decisiones con unas terribles consecuencias, que tardarán en solventarse.