Dos son ahora los poderes económicos que buscan un camino propio y que quieren marcar los próximos años en Cataluña: el Círculo de Economía y Foment del Treball, como han constatado en un acto esta semana.
En el caso del primero, su presidente, Javier Faus, apuesta por la cocapitalidad de Barcelona, por desarrollar con más claridad las potencialidades de la economía catalana, dejando atrás una política basada en la reivindicación permanente. El presidente de Foment, Josep Sánchez Llibre, con una frenética actividad, quiere mirar a los problemas de frente y buscar soluciones para cada uno de ellos: la fiscalidad, la inversión en infraestructuras, la competitividad o la falta de sinergias entre Barcelona y Madrid. Pero los dos saben que representan a organizaciones plurales, que no pueden hablar en nombre de un empresario catalán o de una burguesía catalana que, como colectivo, pudiera defender un determinado proyecto.
Esa actitud podría enmendar el error del pasado reciente. En el proceso independentista se creyó que determinados poderes económicos podrían haber ejercido un papel más determinante, que podrían haber parado a Artur Mas, cuando se lanzó al ruedo con la idea de una consulta soberanista, que se dibujó a partir de 2012 y se concretó con el 9N de 2014. Que no supieron detener el procés en 2015, cuando Mas dio el paso al lado y dejó la política catalana en manos de la CUP. ¿Está justificada esa crítica? ¿Fue impotencia, incapacidad, o la voluntad de jugar, como en otras ocasiones de la historia, a dos bandas?
Tal vez el problema de fondo es la falta de fe en la propia democracia liberal que nos hemos dado. Y es que la burguesía catalana, como tal, hace mucho tiempo --sí buscó objetivos comunes para que se aplicaran políticas proteccionistas a lo largo del siglo XIX-- que camina con muchos pies, con diferentes intereses, mezclados, distintos en cada sector, plurales siempre en cada uno de ellos. Son individuos, empresas, ciudadanos, al fin y al cabo, que han tomado diferentes opciones. Y como ciudadanos, como también han hecho muchos intelectuales, periodistas y profesionales de todos los ámbitos, han dibujado sus estrategias de futuro.
Pensemos en las distintas juntas directivas del Círculo de Economía en los últimos años. ¿Había pluralidad en su seno? ¡Claro! Por eso Mariano Rajoy acabó pidiendo al lobby empresarial que no fuera equidistante, porque entendía que no podía serlo. Las disputas entre Antón Costas y Artur Carulla fueron notorias. Había una pluralidad de visiones que es la misma que existe en el conjunto de la sociedad catalana.
Hay empresarios, directivos, personas con más o menos influencia en las esferas políticas. Pero en las democracias liberales intervienen muchos agentes y las decisiones, cuando se toman desde el poder político, como es el caso --con el Govern de la Generalitat pilotando desde arriba el proceso independentista--, el poder económico, aunque pueda protestar, no tiene todas las palancas para inclinar la balanza.
Pero es que, además, una parte de ese poder económico se mueve bien con un pie en cada lado. Lo ilustra un diálogo de un libro muy interesante sobre la Barcelona de la posguerra, Un perfecto caballero, de Pilar Eyre, tal y como ella explica en una entrevista en Crónica Global para este domingo. El protagonista y su suegro, dos empresarios de la época, constatan con nombres y apellidos --su vigencia se mantiene hasta nuestros días-- el comportamiento de muchos miembros de esa burguesía, siempre plural y con intereses particulares.
El protagonista se da cuenta de que su suegro dará dinero a un grupo de empresarios catalanistas que intentan revitalizar el Instituto de Estudios Catalanes en pleno franquismo, las mismas familias que impulsan también Òmnium Cultural, con tanto protagonismo en estos últimos años con el proceso independentista: “No te creas que son cuatro gatos, están metidos los Carulla y Cendrós, pero también Pau Riera, el hijo del algodonero amigo de tu padre, y Fèlix Millet, también del textil como nosotros, y Joan Ballvé y Creus, de Platerías Ribera, que tiene tan buenas relaciones con el Banco de España que se dice que va a acuñar las nuevas monedas”.
Para justificar su decisión de aportar también dinero, el suegro señala: “Yo no necesito que nadie me venga a dar permiso para ser catalán, porque eso se es o no se es, ¡y lo digo por unos y por otros! Pero sé que hay que encender dos velas, una a Dios y otra al diablo, y en este caso no sé quién es Dios y quién es el diablo, la verdad”.
Esa es la cuestión. Primero, que como colectivo el empresariado catalán no ha ejercido un papel claro durante todo el proceso independentista. Son directivos de empresas o empresarios a título individual que han tomado sus decisiones. Y, segundo, que siempre habrá quien considere que se debe estar en todas partes, que nunca se sabe. Que se debe esperar a ver cómo evoluciona la situación, sin tener a nadie totalmente en contra, con la idea de tener premio en cualquiera de los casos.
Son los dos pies de la burguesía catalana, o, en realidad, los dos pies de los ciudadanos catalanes en su conjunto, que, al final, lo que sí deberán hacer es votar, y optar por alguna salida de futuro para Cataluña, una que pudiera ser posible, tangible, lejos ya de una ensoñación.