La propuesta de la dirección del PSC para “flexibilizar” la inmersión lingüística en las escuelas catalanas ha generado una importante polémica en las últimas semanas que merece algunas puntualizaciones.
En primer lugar, hay que dejar claro que la inmersión lingüística escolar obligatoria exclusivamente en catalán --el modelo que se aplica en Cataluña desde hace décadas-- es un sistema que implica que todas las asignaturas no lingüísticas se impartan únicamente en catalán. Si se flexibiliza, aunque sea con una sola materia en español, ya no se puede denominar inmersión, sino que pasaría a ser un modelo de conjunción lingüística con el catalán como lengua prioritaria --o con el catalán como centro de gravedad, tal y como recogen algunas sentencias de los tribunales--.
Es decir, la inmersión no se puede flexibilizar. O, dicho de otra forma, la flexibilización de la inmersión supone su supresión, su erradicación, su abolición. Se trata de una contradictio in terminis, un oxímoron: o se mantiene o se elimina.
¿Por qué habla entonces el PSC de flexibilizar la inmersión? Hay dos posibilidades: o no tiene ni idea de lo que está hablando --cosa que, pese a parecer increíble, no se puede descartar--, o es víctima de sus tradicionales complejos.
Yo me quedo con la segunda opción. Durante décadas, el PSC ha presumido de haber sido el promotor e impulsor de la inmersión. ¿Cómo va a abogar ahora por la derogación de un modelo del que siempre ha sido su más ferviente defensor? Sería una autoenmienda a su propia historia. ¿Cómo va a asumir como un proyecto propio la eliminación de la inmersión, cuando ha sido un tabú para el nacionalismo y el catalanismo durante tanto tiempo?
Hay quienes, además, no se fían del giro del PSC. Es el caso de las principales entidades catalanas en defensa del bilingüismo (AEB, Asociación por la Tolerancia, Convivencia Cívica Catalana, Impulso Ciudadano, Cervantina...). Consideran que este movimiento del PSC no nace de la convicción sino que únicamente tiene por objetivo hacerse con la bolsa de votantes huérfanos de Ciudadanos --recordemos que la formación naranja, ahora en horas bajas, nació entre otros motivos para luchar contra la inmersión... y ganó las pasadas elecciones autonómicas--, pero que en realidad se quedará en agua de borrajas.
Ciertamente, el texto incluido en el borrador de la ponencia del PSC genera algunas dudas: “Haremos de la diversidad lingüística en Cataluña un activo, defendiendo el catalán y el castellano a través de un modelo plurilingüe en la escuela con la flexibilidad que la realidad sociolingüística presente en nuestro país exige”. De esta frase se podría deducir que solo se incluiría/n alguna/s asignatura/s en español en las zonas de mayoría catalanohablante --y por motivos pedagógicos--, cuando en realidad se trata de una cuestión fundamentalmente de derechos. En concreto, del derecho a recibir una buena parte de la educación en la lengua materna, en tanto en cuanto esta es oficial (además de la mayoritaria) en Cataluña.
En todo caso, hay dos conclusiones claras. Por una parte, tal vez este cambio de enfoque del PSC --si finalmente se confirma en el congreso del 13, 14 y 15 de este mes-- sea el legado póstumo de Ciudadanos. Si así fuera, la existencia de Ciudadanos ya habría valido la pena sobradamente.
Por otra, no importa que el PSC plantee flexibilizar la inflexibilizable inmersión, ni que lo haga más por oportunismo político que por convencimiento. Si la nueva posición de los socialistas catalanes supone, de facto, demoler la mayor aberración cultural que se ha perpetrado en las democracias occidentales en el último medio siglo, bienvenida sea.