El disparo de salida de la campaña del 10N --que tampoco marcará una gran diferencia con lo vivido desde abril-- ha empezado en Cataluña con las declaraciones de la líder de la ANC, Elisenda Paluzie, que justificaba que la violencia de las últimas semanas ha tenido de bueno la promoción internacional del procés. Se hacía suya de este modo la máxima de que es mejor que hablen de ti sin importar cómo, y abría una camino difícil de transitar incluso por el independentismo más moderado.
Que el secesionismo no es una sola voz (ni un solo pueblo) lo demuestra la pugna entre partidos en el inicio de la campaña. Al presidente de la Generalitat, Quim Torra, no le apoyan ni los candidatos de su propio partido --véanse las declaraciones de Jaume Alonso-Cuevillas--, y la brecha abierta con el responsable de Interior, Miquel Buch, es cada vez más profunda, a pesar de que nadie puede dudar del compromiso de éste con el procés. Con los Mossos d’Esquadra en medio, resulta ideal meterlos en el lodazal de la pugna política ya incluso entre los propios.
La última arenga pro-república la lanzó otro miembro de la ANC, el presidente de la Cámara de Comercio de Barcelona, Joan Canadell, al presentar las 15 medidas para impulsar la economía catalana. Sobre el papel, una iniciativa que promueve el dinamismo y pretende avanzar a pesar del lastre de Estado, compartido en algunos puntos por los más equidistantes en cuestiones como la inversión en infraestructuras. Pero se infló de procesismo en su presentación pública, donde se llegó a afirmar que era la primera piedra para la construcción de un nuevo Estado. Eso sí, en 2030. Con Torra, de nuevo, como invitado de piedra con un discurso más bien anodino en el que no aportó nada transcendente.
El Gobierno catalán sobrevive con respiración asistida hasta, como mínimo, el próximo 10N. Nos esperan dos semanas de promesas de todo tipo en Cataluña para intentar arañar los votos que confirmarán cuál es la formación hegemónica en este ámbito. La voz del pueblo catalán, ya que a su alrededor parece ser que no hay nadie.
Mientras, en las universidades, y desde hoy en los institutos catalanes, los estudiantes más radicales intentan imponer una huelga indefinida hasta la consecución de la república que parece que, como pronto, llegará en una década. El mismo ambiente que se ha vivido en las calles en las últimas semanas, que supera por mucho el simple rechazo a la condena del Tribunal Supremo, y que se intenta revivir en convocatorias lanzadas desde grupos anónimos en fechas como el acto de cierre de campaña del PSOE en Viladecans (Barcelona).
La expresión máxima de la frustración, a la que sólo se alimenta hasta ahora con más frustración desde los partidos independentistas. Irresponsabilidades sin límites de una clase política que parece que sólo tiene en el horizonte el 10N.