Que sea una condenada a la friolera de 11 años de cárcel la que reconozca que el independentismo no ha sabido empatizar con los catalanes que no apoyan esta opción política, dice mucho de nuestros gobernantes. Ya no se puede alegar que la expresidenta del Parlament, Carme Forcadell, expresa arrepentimiento como estrategia de defensa. La sentencia ya está ahí. Por el contrario, Quim Torra prefiere abundar en la división, los bloques, los bandos. “O estás con los represaliados o estás con los represores”, dijo ayer. Que es lo mismo que entonar aquello de que “estás conmigo o contra mí”.
La instrumentalización de las instituciones que practica el presidente de la Generalitat ha llegado a ese extremo. La propuesta de resolución sobre el derecho a debatir la autodeterminación no deja de ser una manipulación más del poder legislativo, pero también supone el punto álgido del autoengaño independentista. Unidad, ¿qué unidad? La respuesta de Junts per Catalunya, ERC y CUP a la sentencia del Tribunal Supremo era eso, dotarse de un instrumento preelectoral con el que pedir al activismo secesionista un nuevo voto de confianza, el penúltimo antes de las elecciones generales del 10N. El último de este agónico procés tendrá lugar en unas elecciones catalanas vendidas otra vez como plebiscitarias, pero que visualizarán la atomización de un independentismo sin rumbo ni timón.
Torra no lidera, no gobierna y no tiene mayoría parlamentaria suficiente para impulsar las iniciativas que verdaderamente supondrían un nuevo desafío al Estado, no las que se presentan por la puerta de atrás, evitando que ser aprobadas antes del 10N, pues esa es la condición que puso ERC. Esa y la del artículo que hace referencia al derecho a debatir --que no votar-- la autodeterminación. Papel --parlamentario-- mojado.
Tampoco es que Esquerra esté para echar cohetes. Ha ganado tiempo, pues tarde o temprano tendrá que plantar a Torra y sus escenas dignas del programa Polònia, como ironizó ayer el líder del PSC, Miquel Iceta. “¿Llamar por quinta vez a Pedro Sánchez se puede tipificar ya de acoso?”, se escuchó en los pasillos de la Cámara catalana. Que Roger Torrent, presidente del Parlament, se implique ahora en esa resolución tiene más de pugna con Pere Aragonès por la sucesión de Oriol Junqueras que de verdadera voluntad de desobediencia. Veremos.
No se puede pedir diálogo sin condiciones, y esto va por Torra, y a continuación decir que no se renuncia a la autodeterminación. No se puede asegurar que el independentismo es pacífico, y luego culpar al Gobierno español de los altercados de los radicales. Pero, sobre todo, no se pueden construir “estructuras de Estado” para luego destruirlas, como está haciendo el president con sus Mossos d’Esquadra. Torra desprecia a este cuerpo policial, uno de los pilares del autogobierno catalán, tras asfixiarle con recortes y jornadas laborales insoportables. La había definido como la “policía nacional de Cataluña”, “la nostra”, en sus discursos posteriores a los atentados terroristas del 17A. La ciudadanía y el propio Govern lanzaba flores a unos Mossos "sublimes" frente a un Estado español “negligente” respecto a los movimientos del imán de Ripoll, cerebro de la matanza. No recuerdo que, por aquel entonces, el Govern se escandalizara demasiado con las filtraciones judiciales y/o policiales que ponían en cuestión la labor de los cuerpos de seguridad del Estado.
Dos años después, los Mossos se han convertido en un elemento perturbador en las relaciones entre los Comités de Defensa de la República (CDR) y Torra. Entre la CUP, que vuelve al redil sistémico para sobrevivir e incluso se presenta a las elecciones generales, y los socios del Govern. Airear, como si de una investigación excepcional se tratara, el visionado de las imágenes de las cargas --algo rutinario en la División de Asuntos Internos de los Mossos-- es algo tan canalla como peligroso. Los agentes se han jugado la vida en las calles, literalmente, para controlar a los radicales y garantizar la seguridad ciudadana. Y en lugar de agradecimiento y reconocimiento, encuentran odio institucional y a Torra atizando el fuego de las barricadas. No se lo merecen. En estos días de "toque de queda" --según palabras del juez de guardia--, el único consuelo que han sentido los Mossos, lo explican ellos mismos, es la camaradería de la Policía Nacional, que tal como publicaba ayer Crónica Global, no habían visto nunca una violencia tan terrible como la que ha arrasado las ciudades catalanas.
Ya existía ese buen entendimiento entre cuerpos policiales, pero vale la pena recordarlo. Sobre todo frente a la politización de una cúpula, hecha y rehecha a la media de Torra, el pirómano.