Pedro Sánchez ha conseguido este martes en el Congreso de los Diputados un resultado esperado, el rechazo en la primera votación a convertirse en presidente, con algunas sorpresas como la negativa que recibió por parte de Irene Montero. Su avanzado estado de gestación le impide estar en el hemiciclo y votó de forma telemática antes, por lo que no pudo sumarse a la decisión de última hora de Unidas Podemos de abstenerse.
Esta anécdota es una muestra más de la negociación en directo que habían brindado a los espectadores el día anterior el presidente en funciones y el líder de la formación morada, Pablo Iglesias. En una sociedad cartesiana, el tono del debate que mantuvieron en la Cámara nos acercaría a unas nuevas elecciones en otoño más que a un acuerdo in extremis. Pero en España nos hemos acostumbrado a una política en que del dicho al hecho hay un mundo.
La negociación prosigue entre PSOE y Unidas Podemos, y si finalmente consiguen ponerse de acuerdo con el reparto de sillas, ERC les brindará la abstención prometida por Gabriel Rufián. La demanda de los republicanos es que en 48 horas se cierre el ansiado pacto. Que este signifique acabar con las desconfianzas entre los implicados en el Gobierno de coalición es cuestión aparte. De hecho, no parece que vaya a ocurrir.
De la segunda votación en el Congreso podría salir un presidente de Gobierno y otro boquete en las relaciones entre los dos socios del Gobierno independentista de Cataluña, expertos en desconfianzas en ejecutivos de coalición.
El maltrecho entendimiento entre ERC y JxCat se da desde hace años en las consejerías, y tras las municipales ha quedado más explicitado que nunca. Ambas formaciones han pactado con los del 155, el término que ellos mismos habían acuñado, según les ha interesado. Sea para apear a los neoconvergentes de su alcaldía histórica de Sant Cugat con un pacto con la CUP y el PSC, como para facilitar a los socialistas la presidencia de la Diputación y quedarse ellos en la vicepresidencia.
Este es el arte de negociar, por mucho que le pese al jefe del Gobierno catalán, Quim Torra. También implica que los intereses de los partidos, incluso catalanes e independentistas, no giran siempre en torno al procés.
El president deberá tomar nota de esta capacidad para el debate con el fin de sacar tajada en el gran reto que se le pone por delante en la vuelta de las vacaciones. No se trata de ningún otro gesto a favor de la secesión, es otra cuestión de mayor calado. La continuidad de casi 2.600 empleos de la planta de Nissan en la Zona Franca. Deberá conseguir audiencia con la cúpula del gigante de la automoción japonés en la próxima misión empresarial que se realice en la zona con el fin de defender el empleo directo e indirecto que se genera en una factoría cuya continuidad futura está comprometida. Por ahora, los gestos de la Generalitat para retener la compañía han sido limitados. ¿Prioridades?