- La alcaldía. Ada Colau ha retenido la vara de mando consistorial después de ser la segunda fuerza más votada el 26M. La petulancia con la que gobernó los últimos cuatro años, cuando se presentaba como una embajadora de la verdad y de un nuevo estilo de hacer política, se disuelve por la forma en la que ha logrado la presidencia del consistorio. La vieja política, la clásica, la de siempre, ha regresado para posibilitar que un pacto mantuviera viva la estructura de Barcelona en Comú (BeC) en vez de desvanecerse tras el fracaso electoral y las lágrimas nocturnas del día electoral. La jefa de la corporación local lo es gracias a que Manuel Valls, para sorpresa de sus propios valedores, le concedió tres votos indispensables para que la candidatura independentista más votada no se hiciera con el ayuntamiento. Y, también, porque Jaume Collboni ha decidido olvidar que Colau lo echó del gobierno municipal con cajas destempladas, quizá el mayor error de la alcaldesa durante su paso por la plaza Sant Jaume. ¿Habrá pactado Salvador Illa algún cambio de cromos con Badalona como torna?
- El trágala. Los políticos de BeC mantendrán los discursos grandilocuentes antisistema hacia el exterior y para mayor regocijo del populismo de sus bases, pero el PSC se encargará de que Barcelona vuelva a ser una ciudad business friendly para elevar su riqueza y minimizar el impacto de un ejecutivo local que durante cuatro años puso a las empresas en el punto de mira de sus más perversas y malvadas actuaciones. Collboni y los suyos pueden haber pactado bajo la mesa que la Ciudad Condal se reconcilie con los sectores productivos, quienes por otra parte ya han comprendido que deberán mantener un rostro social a la hora de entenderse con el nuevo gobierno.
- Los exiliados. Que Jaume Asens y Gerardo Pisarello hayan dejado la capital catalana para participar de la política española desde el Congreso de los Diputados supone un cambio de rostros con alto significado. Los dos políticos tienen el marchamo de ser los reyes del populismo sectario y el nexo de unión con el nacionalismo. La influencia sobre Colau y su marido, Adrià Alemany (el gobernante en las tinieblas, según explican sus más cercanos), quedará minimizada por la distancia física y la recomposición de las filas de BeC. El principal resto de esa nefasta etapa para Barcelona es la figura de Eloi Badia, el concejal que gobierna con actitud superlativa y es responsable político del drama vivido en el cementerio de Montjuïc, actuación que puso a prueba sus escasas capacidades como dirigente y mostró un caciquismo propio de la vieja política. Badia no estuvo en las primeras posiciones de la lista y es posible que haya aprendido alguna lección para la nueva fase en la que se adentra. El reparto del cartapacio municipal puede relegarlo a una especie de exilio interior.
- La soberbia. Llegó Colau en 2015 al Ayuntamiento de Barcelona con un ánimo frontista, propio de una dictadura latinoamericana. En ese marco mental no cabía, por ejemplo, el modelo de colaboración entre los sectores público y privado. Se enfrentó con las empresas que prestaban o gestionaban servicios en la ciudad, fuera la energía, el agua, la recogida de residuos, las funerarias, inmobiliarias, hoteleras… De aquella actitud bélica, la alcaldesa ha conseguido bien poco. O quizá sí: muchas compañías entendieron que la capital catalana no era un buen lugar en el que localizar determinadas inversiones a la vista del escaso interés de los dirigentes municipales por la promoción económica de la urbe. L’Hospitalet se llevó, frotándose las manos, algunas de esas iniciativas de negocio. Además, sus inventos empresariales fueron poco más que experimentos con gaseosa. Tanto la cacareada funeraria pública como la energética municipal son dos fiascos clamorosos. La primera no llegó a pasar del ruido a la realidad y la segunda no ha conseguido en la práctica ningún ahorro para la ciudad, más allá de dar trabajo a algún que otro colaborador del equipo de gobierno.
- La bandera. Barcelona ha sido una de las urbes catalanas en la que Carles Puigdemont y su Junts per Catalunya han cosechado peor resultado electoral en términos proporcionales. Ni el marketing de situar al encarcelado Joaquim Forn al frente de la candidatura ni la coincidencia con las elecciones europeas han impedido que el nacionalismo barcelonés apostara de manera mayoritaria por ERC, siguiendo una estela que se ha producido en todo el mapa municipal catalán. El mártir de Waterloo ha quedado lejos de los históricos resultados de CiU, que lograron la alcaldía para Xavier Trias. Aunque los cambios demográficos que ha vivido Barcelona, con la expulsión al área metropolitana de una parte de sus clases humildes por la carestía de la vivienda, han transformado sociológicamente la ciudad en más próxima al nacionalismo que al constitucionalismo. Un cambio de tendencia que no ha tenido traslación a los votos municipales, cuando el elector tiene presentes cuestiones más próximas que las convicciones ideológicas. La división entre soberanistas será intensa dentro de poco, cuando la sentencia esté promulgada y caminemos hacia unas elecciones autonómicas.
- El forastero. Así ha sido considerado desde su aterrizaje en la política local el exprimer ministro francés Manuel Valls. Como predijo la demoscopia, su iniciativa no consiguió situarse entre las tres primeras, las que tenían opciones de disputar la alcaldía. El relativo fracaso que supuso la candidatura ha quedado minimizado por cómo el político ha revertido la situación al convertirse en el decisivo final de quién gobernaría la ciudad. Sus tres inopinados votos han hecho posible que Ernest Maragall fuera despojado de la condición de vencedor y, de paso, le han dado a Albert Rivera una lección de independencia partidaria. Colau, que hizo el numerito de decir que los votos recibidos le producían sarpullido, jamás hubiera presentado su candidatura a alcaldesa si Valls no hubiera anticipado que le votaría para frenar al independentismo. El forastero condiciona indirectamente a la primera edil, a los socialistas y, de manera indirecta, a sus compañeros de Ciudadanos. Perder así, visto con perspectiva, no es la peor de las derrotas que se pronosticaban.
Seis claves sobre lo sucedido en Barcelona
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