La escalada del desafío soberanista catalán desde 2012 no encontró más respuesta del Estado que el Tribunal Supremo. El Ejecutivo fue desapareciendo de la escena. De modo, que Oriol Junqueras tiene más razón que un santo cuando dice que al otro lado de la mesa nunca hubo nadie. Y, aunque no sea lo que se juzga en este caso, debería haber una ley contra eso.
El presidente de ERC ha debido calcular a cuántos años pueden condenarle si hace una defensa clásica, refutando los hechos y demostrando que los cargos no tienen fundamento, y a cuántos se enfrenta si opta por el enfrentamiento. La diferencia debe ser suficientemente pequeña como para que le merezca la pena entrar a saco.
Por eso, lo que en realidad expuso ayer ante el tribunal fue un desafío de Estado a Estado. “No hay delito, su Código Penal no dice que sea delito nada de lo que hemos hecho. Y voy a explicárselo poco a poco, para que lo entiendan”, podría ser el resumen de su larga intervención pespunteada por los pies que le iba dando el abogado-apuntador.
Pero su alegato solo puede convencer a los convencidos, que los hay. Bastó con que Roger Torrent dijera, antes de que empezara a hablar, que en el futuro la intervención de Junqueras se estudiará en las facultades para que un montón de tuiteros se lanzasen a replicar el alcance intelectual de la pieza oratoria, un monólogo a medio camino entre el mitin y la clase de historia contemporánea.
Sin embargo, parece que los togados no están en esa onda, y tampoco que sean muy impresionables, la verdad. Son formales, pero impasibles. Y puede que una buena parte de ellos incluso creyentes, de manera que quizá no les haya gustado oír que los miles de manifestantes que asediaron a la comitiva judicial el 20 de septiembre de 2017 eran tan pacíficos que cantaban a la virgen. Aunque no deberían dejarse llevar por simpatías o antipatías, sino por los hechos probados.
“Asumí la posibilidad de ir a la cárcel. Porque hay que dar voz al pueblo para que respalde la solución política que se alcance en torno al conflicto”, dijo Junqueras en la parte central de su intervención. Siendo como es un resumen perfecto de su papel en estos últimos años, es también la aceptación de que se ha movido en una falsedad. Porque, ¿a qué acuerdo se refiere? ¿Qué pacto se sometió a los votantes el 9N o el 1-O? Todo el mundo lo sabe: lo único que se ofreció en esas dos ocasiones fue una propuesta unilateral de quienes desean establecer una frontera entre Cataluña y el resto de España.
Y, además, el propio Junqueras había admitido en público de forma clara su concepto de las consultas, no como un instrumento para conocer el veredicto del pueblo sobre tal o cual cuestión, sino como trampa contra el “Estado” para mostrar luego al mundo las imágenes de la barbarie. Las mismas que los acusados se empeñan una y otra vez en mostrar a los magistrados.