Dos asuntos de última hora abundan en ese marasmo en el que andamos sumidos los catalanes. La apertura de los Juegos Mediterráneos y las últimas declaraciones públicas de la alcaldesa de Barcelona, Ada Colau, sobre su condición sexual son una prueba más de que la mercadotecnia partidaria se ha apoderado de todos los ámbitos de la política, de izquierda a derecha y viceversa.
El espectáculo ofrecido por el presidente de la Generalitat, Quim Torra, en la gala que abría los juegos deportivos fue de los que llaman la atención. Antes de la ceremonia inaugural por la lucha interna de los nacionalistas que gobiernan sobre qué debía suceder en la visita del rey Felipe VI a Tarragona y después, y no menos importante, en la reacción que acabó teniendo el máximo representante del Estado en Cataluña.
Como bien sostenía algún comentarista, la marcha de Mariano Rajoy y la llegada de Pedro Sánchez a la presidencia del Gobierno ha dejado huérfanos a los independentistas. No tener contra quien dirigir las diatribas y el discurso victimista les deja sin enemigo. El Rey es un buen sustitutivo y a la monarquía es adonde ahora se dirigen todos los esfuerzos para mantener viva la lucha entra la Cataluña nacionalista y España. Torra le regaló al monarca un libro con imágenes de las actuaciones policiales del pasado 1 de octubre, en una operación de marketing como tantas otras a las que nos acostumbran desde la política ficción que practican. Estaría bien que en su próxima visita a Madrid alguien le obsequiara, como contraprestación, con una enciclopedia compilatoria sobre todas las leyes, normas y preceptos que se saltaron cuando los días 6 y 7 de septiembre de 2017 usaron el Parlament a su antojo o con una definición de todas las barbaridades anteriores y posteriores que nos han obsequiado en un 2017 que pasará a la historia por lo que sucedió en Cataluña.
Tal nivel tuvo el ridículo protagonizado en Tarragona que para justificarse ante sus seguidores llegaron a decir que los pitos a Torra tuvieron que ver con una selección previa del público asistente y otras estupideces de similar tenor. Piensa el ladrón que todos son de su condición y cuando supuran por la herida muestran cuál hubiera sido la actuación contraria en caso de que ellos hubiesen controlado la organización de los Juegos. Prácticas que, dicho sea de paso, ya hemos conocido en aquellos eventos en los que el dinero público y el poder institucional de la Generalitat prevalece. O en el programa FAQS, de TV3. Ahí sí que hay selección, de la verdadera.
Pero si los nacionalistas de derechas en Cataluña tienen tal empanada mental, los que se arrogan su pertenencia a la izquierda tampoco andan mucho más finos. La posturera alcaldesa de Barcelona, Ada Colau, se ha descolgado en las últimas horas con unas declaraciones que empiezan a expresar demasiado sobre ella y su abuso de cualquier asunto y condición siempre que le resulte beneficioso. Dice la primer edil que molesta mucho --se supone que al statu quo-- que llegue a la cúspide del poder municipal “una mujer bisexual y pobre”.
Raudas, las redes sociales desnudaron su patinazo. Lo de pobre es una asociación que en su caso resulta discutible. Su familia no es el modelo de clase humilde que todos podemos conocer. Su madre, Agustina Ballano, asesora a una inmobiliaria del distrito barcelonés de Gràcia donde se venden esos pisos y casas que Colau considera malditos por su precio, sus hipotecas y sus propietarios. El uso falseado de la hipotética pertenencia a una clase social marginada es propio de quien ha hecho del populismo y la demagogia su principal activo electoral.
Colau empieza a quedarse desnuda: ninguna encuesta de las conocidas hasta la fecha corrobora que los barceloneses vuelvan a querer un alcalde de esa izquierda que ella representa. Y eso que la Ciudad Condal ha contado con alcaldes de izquierda (PSC+ICV) durante décadas. El problema de Colau no es su militancia populista, sino la inacción, la incapacidad para cumplir sus promesas y el nulo resultado de su gestión durante los ya tres años que lleva al frente del consistorio.
El uso de su condición sexual es recurrente. Lo hizo en un programa español de televisión de máxima audiencia e insiste. Querer explotar su bisexualidad como un elemento que le aproxima a colectivos que sí son marginados por esas cuestiones es otro postureo más a los que nos tiene acostumbrados la alcaldesa-actriz.
Por desgracia, ahora que parece que entre la clase política española se encauzan algunas cosas en el debate izquierda-derecha, los homólogos catalanes siguen inmersos en la locura habitual de los últimos años. El postureo, la impostura se han apoderado de la vida pública. Todos ellos juegan sin pudor alguno a mostrarnos la miseria moral de la mentira utilizada como elemento de comercio electoral.
La ciudadanía independiente, la que permanece inmune aún a esos mercadeos políticos populistas y sectarios, empieza a despejar lentamente muchas dudas: en Barcelona, en Cataluña, nos gobiernan desde la impostura permanente la izquierda y la derecha nacionalista, tengan o no los créditos electorales suficientes para hacerlo.