La elección de Josep Borrell como ministro de Exteriores por parte de Pedro Sánchez es, en principio, un gran acierto para el país, para el Ejecutivo, para el PSOE y para el propio presidente del Gobierno.
La forma en la que Sánchez ganó la moción de censura --con el apoyo del PDeCAT y ERC, entre otros-- generó todo tipo de suspicacias entre los contrarios a la secesión de Cataluña. Y sus cariñosas palabras dedicadas a los separatistas desde la tribuna del Congreso no ayudaron a generar confianza.
Es cierto que Sánchez apoyó la activación del 155 para parar el golpe al Estado del secesionismo catalán. Es cierto, también, que últimamente había sido más contundente con el presidente de la Generalitat, Quim Torra, que los dirigentes del Gobierno Rajoy (“es un racista”, “un supremacista”, “el Le Pen de la política española”, le ha dedicado al inquilino del Palau de la Generalitat).
Pero las ofertas de “diálogo”, “negociación” y “pacto” a quienes han encumbrado a ese “racista supremacista” no podían dejar a nadie tranquilo, pues lo esperable de un socialista es que combatiera a los racistas supremacistas con todas las armas que ofrece la ley, no que dialogara, negociara y pactara con ellos.
Tampoco parece razonable ofrecer “diálogo”, “negociación” y “pacto” a quienes en los últimos años han organizado dos referéndums secesionistas ilegales y dos declaraciones unilaterales de independencia. Ni a quienes consideran el referéndum secesionista ilegal del 1-O un “momento fundacional” y se comprometen a llevar a cabo en esta legislatura un “proceso constituyente”, incluyendo la aprobación de una “Constitución catalana”. Así lo aseguró este domingo Torra en una entrevista en TV3, en la que admitió que su estrategia ahora pasa por “buscar oportunidades” e “ir creando el momento” para intentar de nuevo la secesión unilateral.
Nadie duda de la posición implacable de Borrell frente al independentismo. Si su presencia en el Ejecutivo de Sánchez es la garantía de que no habrá cesiones ni pactos con los que quieren trocear el país, se confirmará que su fichaje es una buena noticia. Pero si, por el contrario, su nombramiento solo es una coartada en clave electoral para calmar a los críticos y para cubrirse ante los ataques de Cs y el PP mientras se buscan acuerdos con el PDeCAT y ERC, estaremos ante un engaño infame.
Esperemos que Sánchez no negocie nada con quienes solo quieren obtener de la negociación réditos que les acerquen más a la ruptura. Esperemos que Borrell no tenga que hacer de bombero.