Las leyes físicas no siempre se cumplen, digan lo que digan los científicos. La situación política catalana de los últimos años es un buen observatorio que certifica esta afirmación. El principio de Arquímedes, por ejemplo, aquí ha permanecido inerte durante décadas.
La presión a que el nacionalismo ha sometido al conjunto de los catalanes no ha obtenido respuesta hasta que ha llegado a cotas insospechadas. Antes, solo unos pocos se atrevían a reaccionar y denunciar alto y claro el acoso. La habilidad innegable con la que se ha extendido la mancha de aceite y el miedo al vacío social explican el prodigio de que el soberanismo penetrara en todos los rincones sociales sin que se produjera una respuesta proporcionada.
Los activistas colocan lazos amarillos en el mobiliario urbano de todos los pueblos de Cataluña con libertad, y luego graban y difunden las imágenes de quien osa descolgarlos. Tienen tiznadas aceras y paredes con pasquines que reclaman la libertad de Oriol Junqueras emulando los rudimentarios canales de expresión y de protesta de las organizaciones clandestinas durante la dictadura. Es otra mentira que ofende al ciudadano común, convencido de que vive en democracia, pero que según ellos en realidad respalda a un régimen represor. Y nadie les dice nada.
El 21D ha servido para dejar claro a quien no lo tuviera que muchos catalanes no son nacionalistas y que el partido más votado es todo lo contrario
Aunque las cosas van cambiado, y para bien. Probablemente, las elecciones del 21D han servido para dejar claro a quien no lo tuviera que muchos catalanes no son nacionalistas. De hecho, el partido más votado representa el extremo opuesto. Y también para demostrar que el proceso de renacionalización del país --el procés-- ya ha hecho todo el recorrido que tenía por delante.
Ahora hay personas que cuando van a un espacio público, como la Filmoteca de Cataluña, dependiente de la Consejería de Cultura, y la ven presidida por lazos amarillos y carteles alusivos a los “presos políticos” no solo se sienten incómodas, sino que se atreven a denunciarlo. De la misma forma que ya hay vecinos que acusan en las comunidades de propietarios el uso partidista de las fachadas, que son espacios comunes, para colgar banderas de signo político.
Parece, pues, que las cosas vuelven a su cauce y que los ciudadanos no movilizados han entendido que, como ocurre con los gases, el espacio que queda libre tiende a ser ocupado por otro.