El fenómeno no es nuevo, ni tampoco es singular de la sociedad catalana. Pero su resolución será la clave para poder mirar el futuro, para garantizar el progreso de todos. Se trata de diagnosticar lo que ha sucedido y por qué ha ocurrido. Y resulta que, hasta ahora, se trata de una tarea imposible. La parte más activa de la comunidad catalana que ha apoyado a los partidos independentistas se mueve con soltura en el espacio público.

Y el análisis que realiza es el opuesto al que defiende la otra parte activa de la sociedad catalana que no ha apoyado las tesis independentistas. Se dirá que es una obviedad, que nunca hay una única verdad. Sin embargo, sin un denominador común, sin llegar a consensos sobre los problemas de la sociedad catalana y las posibles soluciones, lo que tenemos por delante son muchos años de angustia, de incertidumbre, de malas prácticas por parte de todos.

El sociólogo Richard Sennett tiene entre sus mejores trabajos su análisis sobre los cambios en el mundo laboral, que acaban afectando a la propia personalidad del individuo. Lo plasmó en La corrosión del carácter (Anagrama), una disección de la sociedad norteamericana, con casos concretos, que nos sirven para trasladar ese fenómeno a otras circunstancias.

Rajoy ha decidido externalizar todos sus problemas con Cataluña en el poder judicial

Esa corrosión del carácter ya la estamos viviendo en Cataluña, por la afectación en personas que no pueden entender cómo la percepción de la realidad puede ser tan distante: qué significó la concentración de miles de personas ante el Departamento de Economía el pasado 20 de septiembre; qué ocurrió antes, en el pleno del 6 y 7 de septiembre; qué sucedió y por qué en el referéndum del 1 de octubre;por qué se excedió la Policía, con cargas impresentables; qué se desea realmente, si mejorar el autogobierno de Cataluña o conseguir como finalidad última el reconocimiento del derecho de autodeterminación...

A lo que se ha llegado ahora es a un agotamiento de una estrategia que no podía tener un resultado satisfactorio. Y existen unos responsables, que no pueden esconderse. Al margen de que el Gobierno de Mariano Rajoy no quiere hacer política, y ha decidido, como las grandes empresas, subcontratar el exceso de trabajo, en su caso al poder judicial, el bloque independentista en su conjunto no entendió que generar unas expectativas y una ilusión colectiva tiene un peligro: que no se puedan cumplir.

El exdiputado de ICV Joan Coscubiela --es el símbolo para el bloque constitucional de lo que no debió ocurrir en aquel pleno de septiembre en el Parlament-- asegura en su libro Empantanados (Península) que los dirigentes independentistas Artur Mas, Oriol Junqueras y, luego, Carles Puigdemont, no se inclinaron tanto ante la estrategia rupturista de la CUP como ante "la atracción gravitatoria que ejercía la gran ilusión generada".

Y si se pretendía, de verdad, un proceso que llevara a la gran mayoría de la población catalana a la independencia --no un 40% o un 51%, sino a un 70% o 75%-- era necesario, como aconsejaba el líder independentista escocés Alex Salmond, actuar como un corredor de fondo.

Llegados a la actual situación, nadie quiere ahora asumir el aterrizaje forzoso a la realidad, porque, al margen de las percepciones, sí hay una realidad. El problema --y lo vemos ahora con las disputas entre los diferentes actores independentistas, con Carles Puigdemont de fondo-- es que no se quiere socializar el coste de explicar esa realidad, como señala Coscubiela.

Alguien en el campo independentista debe tener el valor de asumir el coste de explicar la realidad

El independentismo admite la crítica, pero siempre que se añada que el Gobierno de Mariano Rajoy ha sido y es un desastre. Y nadie, tampoco, tiene muchas dudas de que con la carpeta catalana lo ha hecho casi todo mal. Sin embargo, el problema central seguirá en Cataluña. La clave interna es determinante. No se puede despreciar. Y eso no lo quiere escuchar esa parte de la sociedad catalana, que se retroalimenta con sus propios relatos.

Esos elementos están ahí: la incapacidad para gestionar aquellas ilusiones que se alimentaron, la cruda batalla en el campo nacionalista-independentista para lograr la hegemonía (entre Convergència-PDeCAT-Junts per Catalunya y ERC), y el final de la "astucia", de esas artimañas constantes para saltarse la ley, pero sólo un poquito o de forma "simbólica", como argumenta también Coscubiela.

Tardará, será más o menos lento, pero esa socialización del coste de explicar la realidad se acabará produciendo. ¿Quién tiene la valentía y el honor de ser el primero?